sábado, 26 de marzo de 2016

Reinterpretación del Misterio de Pascuas


Reinterpretación del Misterio de Pascuas
Puerta a las Estrellas 
Por: Corinne Heline 

Encendiendo esta luz del alma en el Misterio de Pascua descubrimos su derecho a la primacía en la vida de la humanidad, derivándose desde la posibilidad de que las fuerzas que tratan con la muerte las cuales habían asumido el poder en nuestra vida racial, pudiesen ser gradualmente reducidas y al final vencidas por completo. Esta posibilidad emergió como resultado de la liberación de la energía de Cristo en el aura planetaria, que en lo sucesivo llegó a ser accesible a cada criatura viviente. Esta liberación de la Luz de Cristo no se limitaba a una sola efusión, como hemos explicado. Tuvo su principio en cierto momento histórico, y ese momento fue cuando el Cristo rompió las ligaduras de la muerte y se mantuvo vencedor sobre la tumba. Pero desde esa época Su fuerza vital ha continuado derramándose en nuestra esfera planetaria y seguirá haciéndolo hasta que el trabajo evolutivo de la tierra termine. 

Para un mejor entendimiento del Misterio de la Resurrección es necesario conocer algo de la naturaleza de Jesucristo, del método de evolución humana, del significado perdido de la muerte y de los procesos en la naturaleza por los cuales las fuerzas de la muerte son transformadas en poderes de vida. 

La verdadera importancia de la Resurrección no puede entenderse si no se acepta la naturaleza humano-divina de Jesucristo, la evolución de las formas según la enseñanza de la ciencia académica y la evolución paralela del alma mediante el proceso reencarnante enseñado por la ciencia espiritual. Además de, una comprensión de los medios por los cuales las fuerzas de la muerte entraron a la vida humana y de las medidas establecidas para vencer a estas mismas fuerzas con los poderes de vida. Sólo dentro de tal labor de referencia el misterio del trabajo redentivo de Cristo puede ser inteligiblemente entendido y espiritualmente concebido. 

El Misterio de la Resurrección es de una naturaleza cósmica como lo es el Cristo Mismo por cuyos poderes las fuerzas resurreccionales se han activado en la vida de la raza. Al decir esto no le estamos quitando a la Pascua la significación personal que el ortodoxo le atribuye, sino simplemente ampliando su alcance por demostrar que somos parte de la escena cósmica, en la cual los poderes resucitados están en funcionamiento, y que participamos en sus operaciones redentivas. 

La muerte que el Cristo venció es la muerte que se menciona en el Génesis cuando el Señor Dios Jehová advirtió a Adán y Eva, o la humanidad en pañales, que no comiesen del fruto del Árbol del Conocimiento, pues el día que así lo hicieran ciertamente morirían. Ellos comieron del fruto y murieron, no en forma física sino espiritual. Esta muerte no fue repentina. Era la muerte para una futura consecución que fue su destino propuesto a realizarse en algún tiempo más. Es la muerte de la que habla la Voz en el Apocalipsis, dirigiéndose a la Iglesia de Sardis: “Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto”. 

El Cristo también empleó el término muerte en este mismo sentido cuando declaró ante los Fariseos que “si un hombre guarda mi palabra jamás verá la muerte”. Pero no obstante Sus seguidores perdieron la verdad espiritual que Él así trató de transmitirles, como lo indica el que cuestionaron Su buen sentido, y se preguntará si acaso no estaba poseído por un demonio. ¿No murió su padre Abraham y también los profetas, preguntaron, y él presumía ser más grande que estos hombres santos? 


La Caída de Adán y la Resurrección de Cristo

Pablo hace la siguiente afirmación “así como en Adán todo muere, así también en Cristo todo resucitará”. De modo que la caída de Adán y la Resurrección de Cristo son eventos ligados. El total de la humanidad está envuelta en ambos. Ninguno de los eventos es de carácter aislado. 

Adán o la humanidad en pañales, se apartó del camino perfecto del Señor, o la ley divina, y tomó su propio camino de obstinación sin estar lista ni ser capaz de hacerlo con seguridad y sabiduría. Al hacer tal desviación admitió en su ser las primeras semillas de la desintegración degenerándose y abriéndose a las influencias adversas de dos clases de espíritus intrusos. 

Los primeros de éstos son los Espíritus Luciféricos, cuya naturaleza y actividades se hacen conocidas para nosotros en nuestra Biblia Cristiana, y los otros son seres Ahrimánicos (genio) sobre quienes podemos aprender mucho en las Escrituras Zoroastrinas y también en el Fausto de Goethe de su carácter Mefistofeliano. 

Su influencia sobre la vida humana, como lo describiera el difunto esoterista Cristiano, Rudolf Steiner, en varios de sus escritos, fue tal que los seres Luciferianos degradaron las pasiones y sentimientos del hombre mientras que los espíritus Ahrimánicos tergiversaron su perspectiva del mundo. Los Luciferes intentan separar al hombre prematuramente de lo que la experiencia terrestre tiene para ofrecerles. Las fuerzas Ahrimánicas dirigen sus energías hacia la obstrucción de la mente del hombre a la existencia del mundo espiritual para atarlo más firmemente a su naturaleza mortal y existencia física. Éstas son contenedoras desde el Período de Saturno. 

Estas dos clases de entes; dice el Dr. Steiner, impidieron que el hombre acrecentara la antigua reserva de sabiduría que una vez recibió, y así gradualmente se fue consumiendo. El efecto que se provocó fue una tendencia a la disolución y decadencia terminando en muerte. 

Así fue que el germen de la muerte entró en el cuerpo físico, y si su progresivo desarrollo no hubiera sido traído ni contrariado por el germen de vida que el Cristo implantó, el hombre habría quedado completamente bajo el poder de la muerte al finalizar el presente Período Terrestre, con lo cual, la revolución habría terminado en ese punto, en lugar de ir hacia adelante a través de los tres Períodos aeónicos restantes que culminan con el retorno del espíritu individualizado a la casa de su Padre como Hombre-Dios. 

Estas afirmaciones no tienen fundamento, y a menos que puedan ser verificadas por datos científicos exactos derivados de un examen sobre la materia desde muchos y variados puntos de vista, no puede esperarse ganar crédito con el hombre que no acepta nada en base a la fe sino que demanda evidencia razonable para justificar sus creencias. 

Tales datos no son necesarios. Una hilera ilimitada de evidencia está disponible. El hombre moderno tiene para ofrecer, y hasta que no lo haga no encontrará la paz mental que tanto necesita para mantener su equilibrio, ni que decir de su mucha cordura y felicidad. 

No está dentro del alcance de esta discusión entrar a ese vasto conjunto de evidencia disponible sobre el Ministro de Pascua cuando está interpretado a la luz de la Sabiduría del Iniciado. Pero permite que la luz que arroja toque brevemente un aspecto particular de este tema multilateral sobre el problema de la vida y la muerte, y también como un indicio del carácter en verdad revelatorio de similares estudios relativos a otros aspectos del Ministerio de PASCUA. 


El Cuerpo Etérico en relación al Físico

En la primitiva humanidad los cuerpos físicos y etéricos del hombre no eran concéntricos como lo son hoy; y ciertos centros etéricos no estaban alineados ni unidos con los físicos. Esta conexión suelta entre los dos vehículos habilitaba al hombre para mantener un contacto más estrecho con los mundos internos y para dirigirlos más plena y libremente que ahora hacia el camino ascendente. Pero el cuerpo etérico, en forma gradual, fue atrayendo al físico hasta que para el tiempo de Cristo los dos cuerpos fueron como uno. El cuerpo etérico, que había entrado a su evolución terrestre con dos Períodos aeónicos de desarrollo tras sí, llegó altamente cargado de energías espirituales las que impartió a sus cuerpos físicos asociados . 

Pero ambos, los espíritus Luciferinos y los Ahrimánicos de los que hemos hablado tenían el poder de separar del muerto etérico un flujo más distante de luz espiritual y vida desde los mundos internos, y esto en procedimiento despojó al cuerpo físico de la vitalidad que hasta entonces había recibido del etérico, con el resultado que en lo sucesivo las fuerzas vitales en el hombre no fueron en aumento sino en descenso. El hombre salió en muerte luego de una vida en la tierra más pobre que cuando llegó a ella. Si este proceso no hubiera sido contrariado, el principio vitalizante del hombre, el cuerpo etérico, finalmente se habría marchitado y con él el cuerpo físico. Ambos vehículos habrían muerto al término de nuestro Período Terrestre en vez de desarrollarse para perfeccionar y transferir sus poderes subliminados a los próximos vehículos superiores para ulterior evolución en futuros Períodos de tiempo, como hemos dicho. 


La Mortalidad se transforma en Inmortalidad

De tal destino el hombre fue salvado por el Cristo. El vino a revivir, restaurar y resucitar a una humanidad que había caído bajo las fuerzas de la desintegración, la decadencia y la muerte. Pudo hacer esto porque Él está en su propia Existencia “la resurrección y la vida”, Él es el Espíritu del Sol, el Iniciado más elevado del Período Solar, el primero en dar frutos de la ola de vida arcangelical. Él es el Logo Solar y la Luz del Mundo. Desde este cuerpo de luz irradiaba, y continúa irradiando, al mundo etérico un Rayo redentor que es absorbido por el vehículo etérico del hombre, así reanimándolo con las fuerzas de vida. Este impulso dador de vida es transmitido por turnos al cuerpo físico con igual efecto, y de tal manera la humanidad que murió en Adán es devuelta a la vida de Cristo. 

La mortalidad se transforma en inmortalidad y la corruptibilidad en incorruptibilidad. La redención del hombre desde la caída está asegurada y también su habilidad para llevar hacia adelante está evolución terrestre en los sucesivos ciclos de desarrollo. Excepto por este impulso dador-vida de Cristo, la clase de muerte que alcanza el cuerpo al final de una vida en la tierra habría sido la muerte experimentada por la humanidad como un todo al término del Período Terrestre. 

Este acto de salvación por el cual la raza humana fue levantada de la muerte a la vida no yace dentro del poder de ningún ser humano. Puesto que fue una tarea de alcance cósmico requería de poderes cósmicos tales como los que poseía Cristo. El Maestro Jesús jugó Su glorioso y necesario papel en esa su condición espiritual que lo capacitó para llegar a ser el instrumento en y a través del cual el Espíritu de Cristo pudiera establecer un punto focal desde donde penetrar e identificarse con la evolución humana, y más tarde servir como Regente Planetario. Pero Jesús por sí mismo no podría haber sido nuestro Salvador, ni tampoco Cristo solo haberse convertido en nuestra vida y resurrección. Pues esta unión físico-espiritual entre lo humano y lo divino, tal como la establecida en el único ser compuesto de Jesús el Cristo, era necesaria. Y por medio de aquella exaltada instrumentalidad el Padre, cuya voluntad es que nadie debería perecer y todos tener vida eterna, contemplaba este divino intento para que la humanidad pudiera acabar prósperamente. De Jesucristo Él podía decir, “Este es mi amado Hijo de quien estoy muy complacido”. 

En lo anterior hemos hablado sobre el más simple fragmento de la clase de conocimiento que debe hallar su camino hacia la mente moderna para restaurar la doctrina de la Resurrección a un lugar en donde pueda revitalizarse la fe de nuestros tiempos. La necesidad nunca ha sido mayor que ahora, cuando las fuerzas de la muerte han originado un terrible ataque a la humanidad en un desesperado esfuerzo final por arrebatarle el control a los ascendentes poderes de vida. 

En esta crisis planetaria los pueblos buscan por doquier, expectantes, la aparición de algún poder transformador y redentor, ya sea principio o persona. La esperanza universal está en la resurrección de un mundo arruinado, en la instrucción de una mente en ignorancia, y en la espiritualidad de una civilización sepultada en el materialismo. Para el Cristiano esta esperanza está enfocada en el Cristo y la promesa de su presencia en la línea del deber divino para completar Su misión Terrestre. Es en esa esperanza de gloria que celebramos la Pascua, el luminoso festival de la vida resucitada. 

Mucho queda por revelar del Misterio de Cristo para cuando la humanidad alcance la madurez espiritual; pues como Max Heindel, el iluminado vidente místico ha dicho: “El verdadero Cristianismo esotérico todavía no ha sido enseñado públicamente, ni lo será hasta que la humanidad haya pasado el peldaño materialista y se prepare para recibirlo”. (El Concepto de Rosacruz del Cosmos).


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miércoles, 23 de marzo de 2016

El lunes Santo


EL LUNES SANTO
LOS MISTERIOS DE LOS CRISTOS
de Corinne Heline

El lunes de Pascua, el Maestro se apareció, de nuevo, a Sus discípulos más avanzados, junto al Lago Tiberíades. Estaban en el grupo Pedro, Santiago, Juan, Natanael y Felipe. Pedro, al que se refiere este incidente, anunció su intención de pescar. Sus compañeros estuvieron de acuerdo y, subiendo a la barca, se hicieron a la mar. En toda la noche no pescaron nada. Al amanecer, vieron a Jesús, de pie, en la orilla. Dirigiéndose a ellos, les dijo: "Echad vuestra red a la derecha de la barca y pescaréis". Así lo hicieron y la pesca fue abundante. Cuando Pedro supo por Juan que era el Maestro quien estaba entre ellos, se arrojó al mar para ir a su encuentro y llevó luego la red, repleta de peces, a tierra.

Este incidente se recuerda en el capítulo veinte del Evangelio de San Juan, el más esotérico de todos los Evangelios, escrito por el más próximo y amado discípulo del Maestro. La experiencia en él descrita es toda espiritual y tuvo lugar en los planos internos. El mar simboliza el plano etérico y la barca, el cuerpo-alma, en el que el hombre funciona en dicho plano. El pez es el símbolo de los Misterios Ocultos o verdad esotérica. El número de peces capturados, 153, da el valor numerológico nueve, el número de la evolución del hombre, e indica que la Humanidad entera será salvada cuando el Cristo Cósmico sea universalmente reconocido como Salvador del Mundo.

Pedro estaba entonces recibiendo instrucciones para alcanzar el Tercer Grado o Grado del Maestro. A él y a los que con él se encontraban, les estaba enseñando el Maestro "cómo arrojar la red al lado derecho de la barca" o, en otras palabras, cómo sintonizarse con las corrientes de la derecha o positivas de la Tierra. Estas corrientes están bajo control de Mercurio, dios de la Sabiduría, regente de las emociones.

Entonces, nuevos discípulos quedaron investidos con los poderes del Grado del Maestro, que los capacitaron, en palabras del Evangelio de San Marcos, para arrojar demonios "en Mi nombre". Y hablarán nuevas lenguas, cogerán serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos (Marcos 16:18-19).

Desde el primer gran derramamiento de Fuego en Pentecostés, la Humanidad ha derivado, invariablemente, hacia el mundo del materialismo, en el que los poderes del espíritu se han hecho cada vez menos aparentes. Pero, desde su largo "entierro", están abocados a experimentar una resurrección universal en el Nuevo Día que ya está amaneciendo. Otro tiempo de "milagros" está ya a la vista; un segundo Pentecostés se acerca. De la urna de Acuario está siendo derramado sobre toda la Tierra un nuevo fuego del cielo, destinado a despertar a la Humanidad a nuevas realizaciones espirituales, y a crear las circunstancias que harán posible el retorno del Espíritu de Cristo, para completar la conciencia de los hombres, igual que se manifestó a Sus allegados durante los días de Su primera venida.

La Resurrección de Cristo no es sólo un acontecimiento histórico para mera celebración eclesiástica. Es un festival cósmico recurrente. Es un incremento anual, tanto físico como espiritual, de vida, para la experiencia presente y para el desarrollo futuro del hombre. Sólo cuando esa experiencia haya sido asimilada interiormente, podrá el hombre comprender el trascendental significado de los sagrados Misterios de Pascua.


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El Amanecer de Pascua


EL AMANECER DE PASCUA

El Rito de la Resurrección es el Rito de la vida impersonal. Durante la experiencia de la Muerte Mística, el discípulo se conciencia de las ilusiones de la materia y de las limitaciones de la vida finita. La conciencia de la Resurrección produce la comprobación de la unidad de toda la vida en Dios. La piedra de separación ha sido removida. Por eso, quien ha pasado por esta sublime experiencia, sabe que ningún daño puede afectar a una `parte sin herir al todo, y que nada bueno puede suceder a uno sin que, al mismo tiempo, beneficie a todos.

Quien llega a conocer la gloria de la resurrección no puede ya herir o matar, ni siquiera a sus hermanos menores del reino animal, puesto que ellos también son expresión viviente de la misma vida que vive y se mueve y tiene su ser en el hombre. Con la conciencia de la resurrección, la pasión del cuerpo de deseos no regenerado se convierte en compasión del espíritu, que todo lo abarca. El recién nacido es bañado en la dorada refulgencia del Cristo Resucitado, y se hace uno con Él, en la comprobación de que la muerte se ha ido convirtiendo en la victoria de la vida eterna.

La meditación sobre la trascendental experiencia de la Resurrección proporciona una mayor comprensión y reverencia por el significado interno de aquel saludo que los cristianos esotéricos se dirigían, durante la radiación del amanecer de Pascua, a la luz de su propia iluminación interior: "Cristo es nuestra Luz".

Durante los años siguientes, la noche del Sábado Santo y la mañana del día de Pascua fueron tiempos de Iniciación para las almas avanzadas, cuyas vidas y obras se mencionan en los Evangelios. Y debe haber habido otros muchos, no mencionados, a tenor de las palabras del Evangelio de Juan: "Muchas otras cosas hizo Jesús en presencia de Sus discípulos, que no están escritas en este libro". Aún más tarde, San Gregorio escribió un hermoso himno describiendo la santa dedicación de María a la mística salida del sol, mientras que, antiguas leyendas aseguran que fue a ella a quien el recién resucitado Maestro se le apareció en primer lugar.

María, la Virgen, pasó por el Tercer Grado o Grado del Maestro a los pies de la cruz; y María Magdalena, al amanecer del primer domingo de Pascua, cuando encontró al Maestro en el jardín.

En este grado, la conciencia es elevada a planos espirituales superiores. Ello es sólo posible bajo la supervisión de un Maestro. Por eso, antes de que tal elevación de conciencia se produjera, María no reconoció a su Maestro en Su resplandeciente cuerpo espiritual, y sólo cuando la ayudó a elevar gradualmente su conciencia a los planos en que Él estaba funcionando, lo reconoció en Su gloria trascendente. Fue entonces cuando ella se postró de rodillas, con humildad, y se dirigió a Él como "Raboni", que significa "elevadísimo Maestro".


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El Sábado Santo


EL SÁBADO SANTO

LOS MISTERIOS DE LOS CRISTOS
de Corinne Heline

El acontecimiento culminante del Sábado Santo tuvo lugar a medianoche, con la observancia del profundo Rito del Bautismo. Estaba relacionado con el Grado Segundo o Rito de la Iluminación. Los que aspiraban a pasar al santuario interior de este Grado, iniciaron una rigurosa preparación, al cuidado de Maestros, al principio de la Cuaresma, y se les conocía como "los que van a ser iluminados". Determinado número de hombres y mujeres santos, destacadamente mencionados en los Evangelios, pasaron este Grado el Sábado por la noche y pudieron saludar al sol de aquel importantísimo amanecer de Pascua, como hermanos recién nacidos, del Cristo Resucitado. Entre ellos estaban las mujeres a las que Cristo se apareció aquel temprano amanecer.

El agua tiene una afinidad especial por la sustancia etérica; de ahí que, cuando el cuerpo etérico de un candidato a la Iniciación se haya sensibilizado suficientemente, mediante una vida santa y pura, la inmersión de su cuerpo físico en el agua, tienda a soltar la firme ligadura que mantiene unidos, normalmente, a los cuerpos físico y etérico. Cuando se ha llevado a cabo la separación entre ambos y se han despertado los centros del cuerpo vital o etérico, se abre la conciencia en los planos internos y el alma se enfrenta a experiencias trascendentales que dejan huella permanente durante el resto de la vida. El afrontar, indebidamente preparado, el Rito del Bautismo, supondría hallarse en una situación llena de peligro, puesto que el influjo del poder espiritual que acompaña al Bautismo, así como puede proporcionar la iluminación al debidamente preparado, acarrearía la destrucción de los vehículos indebidamente limpios y calificados.

Ciertos centros de los cuerpos invisibles del hombre son especialmente sensibles a la influencia espiritual que acompaña al Rito del Bautismo. Cuando el oficiante de esta ceremonia está suficientemente avanzado, dirigirá su mirada interior a esos centros y acondicionará el trabajo a las características del desarrollo del aspirante. La posesión por Juan el Bautista de esa facultad, fue lo que le reveló el exaltado status de Jesús y le hizo sentirse indigno de bautizar a un alma ya iluminada. Las palabras de la invocación empleada por los primeros cristianos en la ceremonia del Bautismo eran como una melodía para el ansioso y expectante devoto: "Abre tus ojos y oídos y penetra en el dulce sabor de la vida eterna".

Aunque la iglesia ha olvidado, hace mucho, las verdades internas asociadas a las ceremonias que continúa practicando, mucho de su simbolismo permanece perfectamente, como puede rápidamente comprobar quien se familiarice con los procesos implicados en la recepción de los diversos Grados que pertenecen a los Misterios Cristianos y conducen al Monte de la Iluminación. Lo ilustra lo que sigue: La Cuaresma culmina con el sol en Piscis, cuando los rayos de este signo de agua se derraman sobre la Tierra. Éste es el último acto de las jerarquías Zodiacales antes de producirse la liberación del fuego celeste, mediante el signo de Aries, que da lugar al nacimiento del nuevo año espiritual o Rito de la Resurreción en Pascua. Entonces tiene lugar una unión alquímica entre el Agua de Piscis y el Fuego de Aries, dando por resultado un incremento de la luz y el poder para la abundante vida. En el individuo, ello supone la mezcla, en el cuerpo de deseos, del fuego, elemento al que primariamente está unido, con el agua del cuerpo etérico, que es el elemento al que éste pertenece. Para conmemorar este hecho alquímico, que tiene lugar en la naturaleza durante la Pascua, la iglesia de hoy conserva un ritual el Sábado Santo, en el que se bendice el "nuevo fuego" mientras se le conduce, en elaborada procesión, y luego se le "mezcla" con el agua bendita que, desde entonces, se denomina, correctamente, "Agua Pascual". Ningún agua puede denominarse así, salvo la que mezcla, simbólicamente, el fuego bendito con el agua bendita.

Durante la procesión, el "elegido" que recibe las bendiciones del "nuevo fuego, canta triunfante: "Cristo es nuestra luz", y a él le responde el otro cantor: "Que Su luz ilumine nuestros corazones". En la iglesia primitiva, la pila bautismal tenía forma de tumba, para representar la muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo, que tenía lugar al celebrarse el Rito del Bautismo.

Así de rico y verdadero es el simbolismo que la iglesia moderna ha conservado en muchos de sus ritos, aunque muy pocos de los que los observan comprenden su significado espiritual interno. Verdaderamente, la luz que la Iniciación proporcionaba en estos Misterios se ha perdido en nuestro tiempo, no sólo para las multitudes, sino para la mayor parte de los que enseñan y dirigen. Hace mucho tiempo que los sacerdotes dejaron de reclutarse entre los Iniciados, con el resultado de que, aunque persistan las antiguas y verdaderas fórmulas, el espíritu que las informaba se perdió tiempo atrás.

El texto utilizado por los aspirantes en el Sábado Santo era El Cantar de los Cantares, de Salomón, ya que describe el proceso del Matrimonio Místico. La iglesia, posteriormente, añadió el capítulo trece del Evangelio de San Juan, para el estudio contemplativo de este día santo. Se empleaba durante la ceremonia del Lavatorio de Pies al recién bautizado. Refiriéndose al Evangelio de Juan, Rudolf Steiner, que se aproximó a él con la iluminación poseída por la iglesia primitiva, declaró, como ya se ha dicho, que "no es un libro, sino una fuerza espiritual que debe ser incorporada al alma".


EL SEPULCRO VACÍO

En el Ritual del Sepulcro Vacío, Cristo, como indicador del camino a toda la Humanidad, enseñó a Sus seguidores el último y más difícil trabajo que ha de llevarse a cabo en el mundo físico. Este trabajo consiste en la transmutación de la materia en espíritu. Cuando el hombre lo haya aprendido, habrá adquirido el dominio de la enfermedad, la edad y la muerte. En la terminología esotérica, esta consecución se alcanza con la iniciación perteneciente a la Tierra, el más denso de los Cuatro Elementos. Es la última de las Cuatro Grandes Iniciaciones o Iniciaciones Mayores. Cuando la luz de esta sublime iluminación se haya esparcido, se erigirán altares a Cristo, tanto en nuestros laboratorios físicos, como en nuestras iglesias. Habrá sido reconocido el espíritu que subyace en y tras la materia.

Con la Iniciación de la Tierra llega la liberación de la Rueda de Nacimientos y Muertes. La necesidad de reencarnar ya no existe, porque ya se han aprendido todas las lecciones de la Tierra. El espíritu del hombre es, pues, libre para continuar su desarrollo en otras elevadas esferas, o permanecer con la Humanidad para ayudarla a alcanzar el nivel que él ha alcanzado. Tales seres son los graduados de la Humanidad, los Maestros de Sabiduría y nuestros Hermanos Mayores de Compasión.

Pedro también pasó el Ritual de la Muerte Mística aquel amanecer de Pascua, antes de recibir el Grado de Maestro. Junto con María y Juan, llegó a la tumba vacía y, según el Evangelio, entró solo, quedándose fuera los otros dos. Este incidente, traducido simbólicamente, destaca el hecho de que ambos habían experimentado ya la entrada en el "sepulcro" y la salida triunfante de él. En ese momento estaban ayudando a Pedro a pasar a la exaltación gloriosa de conciencia que ellos ya poseían.

Mediante el proceso de la Iniciación, la mortalidad se viste de inmortalidad. Ése es su único fin y ésa su única meta. Para la conciencia del iniciado, la vida y la muerte no son sino dos aspectos diferentes del progresivo desarrollo del espíritu. Sabiéndolo así, el ceremonial de los entierros, entre los primeros cristianos, era un rito glorioso. La vida era su tema. Se colocaban en el ataúd hojas de yedra y de laurel, y un texto completo de los Evangelios, sobre el corazón. Los que esperaban, eran portadores de ramas de olivo y de palmas, y la procesión hasta la tumba se caracterizaba, no por el duelo y las lamentaciones, sino por el sonido de alegres hosannas. De acuerdo con ese sentimiento, era el vestuario, no oscuro como la tumba, sino brillante como la luz que saluda al alma, tras su nacimiento en los planos espirituales. Las tumbas de los primeros cristianos tenían forma de cruz, como reconocimiento del hecho de que el cuerpo de mortalidad que se abandona es la cruz de la materia, de que el alma queda liberada con la muerte y es el cuerpo del que el espíritu se libera cuando alcanza la luz de la Iniciación.

Durante el intervalo entre la Crucifixión y la Resurrección (desde la tarde del viernes hasta la mañana del domingo), el espíritu de Cristo trabajó en el interior del Planeta Tierra, como se ha dicho antes. "Descendió a los infiernos". Tal es la frase del Credo, para significar Su entrada en la Región Astral Inferior o Región del Deseo" de nuestra Tierra, a la que fue a llevar Su Evangelio a las almas desencarnadas y aún en el plano de las tinieblas. Cristo, por tanto, vino a ayudar, no sólo a la Humanidad encarnada, sino también a sus miembros desencarnados. Su misión se extendió aún más, a la redención de los caídos Espíritus Luciferes, cuyo plano de actividad es el Mundo del Deseo, y hasta de los demás reinos de seres vivientes sobre la Tierra, que han experimentado retraso en su evolución, como consecuencia de la "caída del Hombre", su hermano mayor. Tal es el aspecto omniincluyente de Su trabajo redentor.

A primeras horas de la mañana de la primera Pascua, varias mujeres llegaron al sepulcro vacío, además de la bendita madre María y de María Magdalena. Eran: La hermana de la madre de la Virgen; la también María, madre de Judas (Tadeo) y Santiago (el Menor); Salomé y Juana, esposa del mayordomo de Herodes, Chuza. Todas las mujeres estaban allí, preparándose para entrar en la Muerte Mística y experimentar la iluminación que sigue al Rito de la Resurrección. Los dos ángeles que vieron en el sepulcro vacío representan el purificado cuerpo de deseos y el luminoso cuerpo etérico del candidato que está preparado. Que, incluso, más elevada consecución esperaba a estas mujeres, se deduce de las palabras que el Maestro les dirigió, ordenándoles: "Id a Galilea y allí me reuniré con vosotras". Según el Zohar, "la resurrección completa comenzará en Galilea. La resurrección de los cuerpos - continúa afirmando - será como el abrirse de las flores. No habrá ya necesidad de comer o beber, porque seremos alimentados por la gloria del Shekinah".

Los esenios, que tan reverentemente preservaron los conocimientos de los Misterios Pascuales, continuaron entonando oraciones e himnos de alabanza durante la noche del Sábado Santo y el Amanecer de Pascua, a lo largo de los años en que su grupo fue activo.



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La Magia del Viernes Santo


LA MAGIA DEL VIERNES SANTO
LOS MISTERIOS DE LOS CRISTOS
de Corinne Heline

Los cuatro Evangelios son fórmulas de iniciación. Mateo, Marcos y Lucas los empiezan con la Navidad o Sagrado Nacimiento, porque son formulaciones de los Misterios Menores. El Evangelio de San Juan comienza con el Rito del matrimonio Místico, porque es una formulación de los Misterios Mayores o Cristianos, y el más profundo Tratado de Iniciación jamás dado a los hombres. Rudolf Steiner, el eminente ocultista, dice que este Evangelio no debería ser considerado simplemente como un libro de texto, válida como es esta apreciación, sino como una fuerza espiritual. A los estudiantes esotéricos de las Escuelas de Misterios occidentales se les enseña a meditar diariamente sobre partes de este Evangelio.

Durante el equinoccio de primavera, la naturaleza toda se encuentra bajo el hechizo de la mística unión de los principios del Agua y el Fuego. El fruto de esa unión son: La belleza, la armonía y la perfección. En primavera, la naturaleza manifiesta esta belleza porque la unión se ha consumado por obra de las grandes Jerarquías Estelares. El hombre ha de encontrar también en este sagrado Rito la clave de los Grandes Misterios o Misterios Cristianos, pero ha de aprender a realizar ese Gran Trabajo él sólo. Cristo se refería a este Rito del Matrimonio Místico cuando dijo al Maestro Nicodemo, que ya estaba familiarizado con el trabajo de los Misterios Menores, que debía nacer del Agua y el Fuego antes de que pudiera entrar en el Reino de los Cielos, o sea, en los Misterios Cristianos o Mayores.

Cada uno de los acontecimientos de la vida del Señor Cristo, dados en los Evangelios, representa una determinada etapa a lo largo del Sendero de Iniciación. El hermoso ceremonial del Viernes Santo expresa la consumación de la consecución cristiana. El mundo cristiano ortodoxo observa este día como un tiempo de vigilia dolorosa. El místico cristiano, en cambio, experimenta ese día una extraña alegría espiritual. Él ve la Crucifixión como un medio hacia un más grande final, y la Agonía del Calvario se pierde de vista ante la contemplación del supremo gozo que la sigue. Comprende que la crucifixión del cuerpo ha de preceder siempre a la liberación del espíritu. Un Maestro dijo una vez a sus discípulos: "Sólo en momentos de intensa angustia encontrarás tus armas, y a tus hermanos en la Gran Causa".

El músico iniciado Ricardo Wagner, que comprendió muchos aspectos del esoterismo cristiano, tuvo grandes vislumbres del profundo significado de este maravilloso día en su sublime dramaParsifal. Esta obra trascendental debe ser considerada como un tratado sobre la magia del Viernes Santo. Mucha de la hermosura y mucho del misterio de ese día, los incorporó a los pasajes musicales del hechizo del Viernes Santo que compuso para el último acto de su sublime drama musical.

Cada aspirante que pretende hollar el Sendero es un Parsifal en determinado estadio de su evolución. También él, como Parsifal, conocerá el camino de la cruz y, si es paciente y persistente en hacer el bien, también como Parsifal, conocerá las sobrenaturales revelaciones anímicas que constituyen la magia espiritual del Viernes Santo.

La escena del regreso de Parsifal, una brillante mañana de primavera, constituye una de las bellezas de la naturaleza. Es Viernes Santo y una bendición de paz impregna todo el paisaje.

Existe una extraña contradicción entre el éxtasis de la naturaleza en primavera, y el ceremonial de cuaresma observado en esa estación por la iglesia ortodoxa. Los lugares de culto se cubren sombríamente de negro o morado, mientras los penitentes hincan la rodilla, llenos de lágrimas de contrición, meditando sobre la Pasión de Cristo. La naturaleza, por el contrario, viste sus mejores galas y, por todas partes, se escuchan cantos de alegría y regocijo. Parsifal describe lo primero como "el día de la más oscura agonía divina", y lo segundo, diciendo: "¡Qué hermosos están los prados esta mañana!. ¡Expresan el infinito amor de Dios!".

Cuando el hombre cayó, esto es, cuando perdió su perfecto ajuste con su conciencia espiritual, perdió también el equilibrio entre los dos polos de su espíritu interno, el masculino y el femenino, o sea, el equilibrio entre el corazón y la cabeza. Esa falta de equilibrio trajo consigo dolor, pobreza, enfermedad y muerte al mundo. La cruz en la que Cristo permitió ser crucificado es el gran símbolo cósmico de esa gran pérdida de igualdad entre las dos polaridades de la naturaleza, humanamente representadas por el hombre y la mujer. La cruz se encuentra en todos los países, y ha sido utilizada por todos los pueblos, porque toda la Humanidad experimentó esa falta de equilibrio durante los primeros días de su viaje evolutivo.

Pendiendo de la cruz, lo cual, de acuerdo con la tradición esotérica cristiana, fue, a la vez, literal y simbólico, un hecho histórico y una dramatización espiritual, Cristo abrió el camino para la Iniciación, mediante la que toda la Humanidad puede recuperar su plenitud interior y, mediante esa plenitud o integración, redescubrir el estado edénico, de inagotable bienestar y vida inmortal.

La naturaleza ya manifiesta el "ilimitado amor de Dios" como polaridad. Cada año, al cruzar el sol, en el equinoccio vernal, del sur al norte (crucifixión), las latitudes septentrionales inauguran su estación de la resurrección, y la naturaleza toda muestra el gozo y hermosura de una unión alquímica perfecta, de fuerzas vitales. Parsifal se refiere a éste, el Gran Misterio de Pascua, cuando bautiza a la arrepentida Kundry con las palabras: "Regocíjate con toda la naturaleza armoniosamente redimida".

Kundry es el divino femenino, que cayó a causa de la inestabilidad emocional, tal como se representa en el madero horizontal de la cruz. Luego, acompañada por el triunfante Parsifal, penetra en el Templo, entre el alegre repiqueteo de las campanas. Juntos, pasan a través de las dos columnas, que han sustituído a la cruz, y que simbolizan la Iniciación a través de la polaridad. Esas dos columnas reemplazarán a la cruz, como símbolo universal de la religión, en la Edad Acuaria, que ahora amanece.

Parsifal dice de la naturaleza, bajo el hechizo del Viernes Santo:

En verdad, encontré flores maravillosas que pretendían enroscar sus zarzillos en torno a mi cuello; y, nunca antes parecieron tan frescas la hierba, la fronda ni las flores; ni pareció tan dulce su fragancia ni me habló tan atractivamente.

Esa es la magia del Viernes Santo, mi señor - dice Gurnemanz.

¿Cómo puede ser eso así? - pregunta Parsifal - En vez de alegría y flores, la naturaleza debería mostrar llanto y sentir dolor este día de agonía.

Gurnemanz le explica que la gran gloria de la Marea de Pascua se debe a las lágrimas de los pecadores, que lloran de contrición, cayendo sobre la Tierra como rocío sagrado, para convertirse en flores.

- Por eso florece. Todos los seres vivientes se regocijan, escuchan la voz del Salvador, y lo adoran.

- Los bosques y campos - continúa - no pueden mirar a Cristo en la cruz, pero pueden mirar al hombre redimido. En el desarrollo de las flores puede encontrarse la contraparte, en la naturaleza, del proceso de transmutación que tiene lugar en la vida de cada individuo.

Gurnemanz continúa exponiendo el misterio íntimo de esta sagrada estación:

Cada hoja de hierba, cada ramita y cada florecilla,
sabe que este día no puede acaecer ningún daño,
sino que, así como Dios, lleno de mercedes,
recordó al hombre y por él murió,
el hombre, este día, será menos osado
y marchará con cuidado.

Agradecidas se animan todas las cosas
que viven un momento y desaparecen
y, absueltas de todo, esperan
y bendicen este Día de Inocencia.

En el exquisito encanto anímico que Wagner tejió con su música de Viernes Santo, fundió toda la tristeza y el dolor del religioso exotérico, con el éxtasis manifestado por la naturaleza en primavera. Es música que tipifica la culminación del gran proceso de transmutación, mediante el cual, la personalidad (Kundry) se eleva hasta la identificación con el espíritu (Parsifal). Es la fusión alquímica que eleva al aspirante hasta el Tercer Grado o Grado del Maestro, descrito en la ópera mediante la coronación de Parsifal. Esa coronación se acompaña por la música más etérea de la Tierra, que combina los motivos eucarísticos y los del Grial.

El descenso de la Paloma el Viernes Santo, para rellenar y bendecir el Grial, con el fin de nutrir y sostener a los caballeros durante otro año, se refiere a los acontecimientos que pertenecen al Grado de Maestro, y que tienen lugar ese día en los Templos de Misterios de los planos internos. Según la antigua leyenda, es este día santísimo aquél en que la naturaleza exterioriza el maravilloso atributo de sus flores. También el reino animal responde al acelerado ritmo vital del Planeta, acercándose más unos a otros y al hombre. Todo en la naturaleza, pues, contribuye a la santificación del Viernes Santo. El místico sabe que se trata de uno de los días más santos del año, puesto que entonces las puertas del Templo se abren, de par en par, para recibir a los "calificados y dignos" de pasar a través del portal de la gloria.

Todo esto lo incorporó Wagner a su música del Viernes Santo que, como la alquimia de la naturaleza, revela vida donde sólo parece haber muerte. Esta música, extraída de la fuente de los Misterios, nos muestra al hombre elevado a lo divino, a ese mundo más allá de nuestro mundo, y que es la única realidad. Incluso, sobre el no iluminado, derrama ese "otro mundo" su magia, con indescriptible amor.

Con la coronación de Parsifal se cierra el ciclo de la Iluminación. La música se diluye en la obsesionante belleza del motivo del Grial, haciéndose cada vez más etérea, mientras los ángeles le abren paso con sus alas, a través de neblinas doradas, y se pierden para la vista y los oídos humanos. El hombre terminará por comprender que, al margen de este Templo Musical del Parsifal, puede construir un dorado puente de sonido, a cuyo través comunicarse con las huestes angélicas y arcangélicas.

Ricardo Wagner, el músico profeta de la Nueva Era, ha expuesto a la luz, con su Parsifal, un antiguo Misterio Cristiano que, a la vez, oculta y revela muchas cosas sobre lo esotérico profundo y lo elevadamente espiritual, que componen la magia del Viernes Santo.

* * *


EL VIERNES SANTO Y LA VÍA DOLOROSA

Durante el Viernes Santo, las sucesivas etapas del Sendero del Discipulado se desarrollaron simbólicamente en los acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de la Vía Dolorosa o "Camino del Dolor". "Aquél que no tome su cruz y me siga - dijo el Maestro - no es digno de Mí".

La Pasión de Nuestro Señor el Viernes Santo alcanzó el corazón de los Misterios. Las catorce estaciones de la cruz representan ciertas etapas que pertenecen al desarrollo espiritual, relacionándose, además, cada una de ellas, con un determinado centro del cuerpo. El trecho de este Sendero, que cada discípulo holló, estuvo determinado por el status de su propia alma. Tan sólo la divina María, María Magdalena y Juan estuvieron lo suficientemente avanzados para recorrer el Sendero hasta el final. Por eso ellos tres, y sólo ellos, se ven representados junto a la cruz de la que pendía el cuerpo atravesado de Cristo. El número tres significa también que cada uno de ellos había pasado el Grado Tercero o del Maestro.

En los tres juicios, de Anás, de Caifás y de Pilatos, en la flagelación, en la coronación de espinas, en las tres veces que Cristo cayó bajo el peso de la cruz, y en los tres encuentros con las santas mujeres durante la ascensión del Calvario, el candidato a la Iniciación en los Misterios Cristianos descubre experiencias que se corresponden con su propia ascensión al Monte de la Iluminación, desde que tomó su cruz y siguió a Cristo.

Los distintos acontecimientos que menciona el Evangelio y que tuvieron lugar, durante la Semana de Pasión, en las vidas de los hombres y mujeres que componían el grupo más íntimo del Maestro, entre Sus seguidores, llevan todos una referencia velada a cierta fase de su propio desarrollo, en conexión con uno o más de los tres Grados pertenecientes a la Escuela Cristiana de Misterios. Cada estación de la cruz se convierte, pues, en una piedra miliar en el Sendero del aspirante cristiano, cuando marcha a lo largo de la Vías Dolorosa, y que es lo que los Padres de la misión de California llamaban "El camino del Rey" (en español en el original). A su término, los dolores del Camino se transforman en el gozoso éxtasis de la Resurrección.

Los principales obstáculos del Sendero están representados por el juicio ante Anás o mente mortal; luego, por el juicio ante Caifás o ambición mundana; y, por fin, por el juicio ante Pilatos o debilidad y vacilación de la mente, cuando es requerida para tomar postura a favor de la verdad, con riesgo de dañar la posición o el prestigio personal a los ojos de asociados o benefactores no iluminados.

La flagelación representa los trastornos y, a veces, el dolor que acompañan al nacimiento o despertar de los sucesivos centros superiores del cuerpo, situados a lo largo de la espina dorsal, a medida que el fuego serpentino realiza su ascenso, desde el sacro hasta los del cráneo. La coronación de espinas tiene un significado análogo, y se refiere, específicamente, a la revivificación de determinadas áreas de la cabeza. Por tener una significación similar, estos dos acontecimientos se citan, generalmente, unidos.

Con el ascenso del fuego espinal espiritual hasta la cabeza, se sensibilizan progresivamente los nervios craneales. Estos nervios rodean la cabeza como una corona y, en el Grado de Maestro, irradian un verdadero halo luminoso.

Tres veces cayó el lastimado Señor bajo el peso de la cruz. Lo que con ello llevó a cabo físicamente representa las correspondientes caídas morales en las que la frágil Humanidad sucumbe, una y otra vez, mientras holla el Sendero del Dolor hacia la Luz. Como Indicador del Camino a toda la Humanidad, no omitió, a lo largo de todos los incidentes de Su vida, ningún aspecto del mismo. El hombre cae bajo el peso que los velos de la materia han colocado sobre su espíritu; cae a causa de los deseos terrenos; y cae a causa del hechizo al que sucumbe su mente espiritual no iluminada. Tres veces, pues, cae a causa de los obstáculos que surgen de su cuerpo físico, de su cuerpo de deseos y de su cuerpo mental.

Mientras el Maestro subía al Calvario, se encontró tres veces con las santas mujeres. Éstas representan la actividad del Principio Femenino, del Amor-Sabiduría, que labora por la purificación de los cuerpos vital y de deseos, y la espiritualización de la mente.

Tras la tercera caída, Simón Cireneo tomó la cruz y la llevó el resto del Camino. Este hecho, traducido a términos de consecución espiritual, indica que sus votos de dedicación al discipulado tuvieron lugar allí y entonces y, con ello, tomó su cruz personal y siguió a Cristo al lugar de la Liberación. Simón, que ya había sobrepasado el Rito de la Purificación, estaba preparado para asumir el trabajo conducente al Segundo Grado, de la Iluminación.

Según la leyenda mística, el Maestro encontró a la Verónica, la cual limpió Su rostro con su pañuelo, mientras Él ascendía al Calvario. Habiéndolo hecho, observó con embelesado asombro, que Sus facciones se habían impreso en el pañuelo. Este hecho se refiere a la experiencia de una de las mujeres discípulos, que había logrado imprimir los centros de su cuerpo de deseos sobre los de su cuerpo etérico, con lo cual, se convirtió en clarividente y capaz de leer los Registros Cósmicos. Esta es la marca del Segundo Grado.

Según los Evangelios, Prócula, esposa de Pilatos, había tenido "un sueño relativo a este hombre justo y bueno". Esto es otra manera de decir que ella era capaz de funcionar conscientemente en los planos internos, de noche, cuando se encontraba fuera del cuerpo, y que había leído en el Registro Akásico, la verdad acerca de la misión de Cristo como salvador de la Humanidad. Su experiencia es también una evidencia de la consecución del Segundo Grado.

LAS ESTACIONES DE LA CRUZ

Las Estaciones de la Cruz indican los lugares en los que Cristo Jesús se detuvo, mientras transportaba Su carga, a lo largo de la Vía Sacra, hacia el Calvario o Monte de la Liberación. Originariamente, estas Estaciones eran sólo siete, y se conocían como "las siete caídas". Durante la ocupación de Tierra Santa por los turcos, el emplazamiento de estas Estaciones en la Sagrada Vía sufrió algunos cambios y, con ello, se perdió gran parte del significado esotérico que llevaban consigo.

El más profundo significado de estas Estaciones no se originó con el cristianismo. Están relacionadas con la naturaleza del hombre y el proceso que implica el desarrollo de su naturaleza divina. Sus significados son, por tanto, comunes, tanto a los Misterios antiguos, como a los Misterios Cristianos. En los Misterios de Eleusis, por ejemplo, existía una Vía Sagrada que conducía, desde la ciudad de Atenas, cuesta arriba, hasta cerca de Eleusis. Estas estaciones o "capillitas", como se las llamaba, representaban determinados estados de desarrollo, y a ningún discípulo se le permitía ir más allá, por ese Camino, de lo que autorizaba su propio nivel de consecución. Dentro de cada capillita, el discípulo recibía instrucciones que le ayudaban a llegar hasta la próxima Estación. En la Alta Edad Media, los devotos cristianos iniciaron la práctica de reproducir en sus iglesias las Estaciones de la Cruz, mediante escenas de la Pasión, pintadas o esculpidas. Fue también frecuente la colocación de relicarios o capillitas, representativas de las distintas Estaciones, a lo largo del camino que conducía a la iglesia. Al principio de hacer esto, existía un conocimiento de la importancia mística de esas Estaciones pero, gradualmente, se fue perdiendo, excepto para unos pocos, a medida que el pensamiento materialista fue invadiendo el terreno de la verdadera comprensión esotérica. Hoy sirven, en el mejor de los casos, poco más que como pequeños objetos de veneración, que estimulan al devoto a rezar, pero también dan lugar, en muchos casos, a creencias y prácticas supersticiosas.

Las Estaciones que, al principio, fueron siete, se duplicaron más tarde. Esotéricamente representan el Camino del desarrollo, mediante el despertar de los siete centros energéticos, en su doble aspecto, positivo y negativo, que florecen en el interior o sobre la cruz que representa el cuerpo humano. Las experiencias de la vida de Cristo, que marcan las catorce Estaciones, son las siguientes:

I Cristo Jesús es condenado a muerte.
II Carga con Su cruz.
III Cae por primera vez.
IV Encuentra a Su madre.
V Simón Cireneo le ayuda a llevar la cruz.
VI Verónica enjuga Su rostro.
VII Cae por segunda vez.
VIII Las hijas de Jerusalén lloran por Él.
IX Cae por tercera vez.
X Es despojado de Sus vestiduras.
XI Es clavado en la cruz.
XII Muere en la cruz.
XIII Es bajado de la cruz.
XIV Es colocado en el sepulcro.

En toda la literatura esotérica, los siete centros (chacras) se describen así:

El número uno está situado en la base de la espina dorsal. Ahí duerme el kundalini o fuego espinal espiritual. Rojo oscuro en estado latente, este fuego, cuando es despertado, se transforma en rojo rubí claro.

El número dos está situado en el plexo solar. Su color rojo naranja se modifica durante el proceso de transmutación, mediante un ligero tinte verde vernal claro.

El número tres se relaciona con el bazo el cual, como un sol en miniatura, irradia luz dorada. Al principio de su desarrollo, posee un tono verde dorado que luego se convierte en dorado puro.

El número cuatro, el centro cardíaco o cordial, emite resplandor amarillo que, en posteriores estadios de transmutación, pasa a estar teñido de azul etéreo.

El número cinco está colocado en el cuello, exactamente sobre la laringe. Su color es azul y, a su través, cuando se ha desarrollado completamente, titilan chispas plateadas.

El número seis se encuentra cerca del centro de la cabeza, hacia la coronilla. Cuando ha entrado completamente en actividad, emite caleidoscópicos dibujos de belleza indescriptible. Sus colores primarios son el rosa, el amarillo, el azul y el púrpura.

El número siete está en la parte más elevada de la cabeza. Totalmente despierto, forma una corona o halo que irradia una refulgente luz blanca.

La puesta en actividad o despertar de los dos centros inferiores corresponde al Primer Grado o de la Purificación; así como la del bazo y el corazón, corresponden al Segundo o de la Iluminación. El centro del cuello es la puerta que comunica la personalidad con el espíritu y alcanza su pleno desarrollo sólo cuando aquélla se ha espiritualizado o, en otras palabras, cuando está dispuesta a obedecer siempre las órdenes del espíritu. Los dos centros de la cabeza corresponden al Tercer Grado o Grado del Maestro.

Según la esotérica comprensión de la iglesia primitiva, los discípulos que caminaban por el Sendero del Calvario no encontraron al Maestro durante el Camino, sino que Lo siguieron. Esta es la interpretación correcta, ya que Cristo fue el Supremo Indicador del Camino para toda la Humanidad. Las Estaciones indican las Etapas más importantes, conducentes a la Iniciación.

Primera estación: CRISTO JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

Mediante la experiencia transformadora de la Iniciación, el hombre muere para el mundo exterior y nace a la vida interior del espíritu. La Primera Estación representa la suprema dedicación. Uno es el principio de todas las cosas. Así como Una es la gran Llama Blanca que contiene los siete colores, en potencia o en suspenso, del mismo modo, la dedicación preiniciatoria se convierte en la semilla de la que brotarán, en debida forma, todas las fuerzas espirituales latentes en la conciencia del discípulo.

Segunda estación: CRISTO JESÚS CARGA CON SU CRUZ

Tras la suprema dedicación, la cruz se convierte en objeto familiar para el aspirante. Le hace frente en todas las experiencias de su existencia diaria y deja su huella, tanto sobre su vida externa como sobre su vida interior. Es en esta Estación cuando el Sendero se hace tan pesado, que muchos se vuelven atrás, hacia el mundo, y dejan de caminar con Cristo.

Así como el Uno pertenece a la esfera de lo infinito, el dos pertenece a la de lo finito. Dos representa el descenso del espíritu a la materia. La Segunda Estación tipifica la encrucijada de la decisión, la vacilante situación desde la que el discípulo, o se vuelve atrás hacia los viejos senderos, o se encamina hacia adelante en busca de una mayor identificación con el espíritu.

Tercera estación: CRISTO CAE POR PRIMERA VEZ

El considerar las Estaciones en relación, tan sólo, con su significado histórico, como incidentes en la vida de un único hombre, es perder la perspectiva de su verdadero significado para toda la Humanidad. Si Cristo es el Supremo Iniciador, Su Camino ha de tener, claramente, significado para todos. Esotéricamente, cada caída a lo largo de la Vía Dolorosa, es el símbolo de una experiencia en la vida del discípulo, como consecuencia de la cual, puede caer o fallar. Es, pues, importante, conocer la naturaleza de esas pruebas, a fin de poderse enfrentar a ellas con conocimiento de causa.

El Uno, sumado al Dos, produce el Tres. Los sabios antiguos definían la aparición de la Triplicidad como "el mundo de la Emanación". Es mediante las fuerzas del Tres como el espíritu desciende a habitar en la carne. El ritmo manifestado por el Tres depende de la armonía existente entre el Uno y el Dos, y en ello está la clave de la futura evolución del hombre. La Primera Caída representa el actual estado de evolución del hombre, en el que se halla profundamente envuelto por el mundo de la materia.

Cuarta estación: CRISTO JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE

Pitágoras llamó "sagrado" al número Cuatro, porque significa el alma. De ahí el inspirado cántico: "El Cuatro del Uno y el Siete del Cuatro".

La Kábala establece que la primera celebración es la de la Gran Madre. La Madre representa el Divino Femenino o facultad creadora de imágenes, y el principio amoroso del espíritu del hombre. Como es a la realización del Divino Femenino y al consecuente desarrollo de los poderes espirituales, a lo que el discípulo aspira, en las primeras etapas de su búsqueda, encuentra a la Madre, el "perfecto modelo de realización".

Quinta estación: SIMÓN CIRENEO AYUDA A CRISTO JESÚS A LLEVAR LA CRUZ

En los primeros estadios del proceso iniciático, el trabajo a desarrollar se refiere, alternativamente, a los polos masculino y femenino del espíritu. En el Libro del Misterio desvelado se afirma que el Padre y la Madre contienen todas las cosas y que todas las cosas los contienen a ellos y que, cuando los pecados se multiplican en el mundo y el santuario queda polucionado, el macho y la hembra se separan. Esta separación representa el actual imperfecto y desequilibrado estado del desarrollo humano. Por ello, el primer trabajo del Sendero de Iniciación consiste en restaurar el equilibrio perdido.

Cinco, por tanto, es el número del cambio o la transición. Es el número del bien en formación. Se le ha llamado el "número dual" porque representa a las naturalezas superior e inferior en su lucha por la supremacía. Aquí el Sendero se estrecha y la cruz se agranda.

Sexta estación: VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE CRISTO JESÚS

El Cantar de los Cantares de Salomón es una exaltación del Divino Femenino. En ninguna otra obra escrita aparece más vívidamente descrito el éxtasis puro del alma de Uno Iluminado: "Mi amada es mía y yo soy suyo". Este inspirado canto, pues, describe la unión de los dos polos, masculino y femenino, del espíritu.

En el Cinco tiene lugar la lucha entre lo humano y lo divino. En el Seis, las fuerzas de la construcción creativa trabajan para el establecimiento de una armoniosa interrelación. Seis es amor humano dedicado a Venus. Mediante el sufrimiento engendrado por el amor humano, el alma resucita o renace. El número Seis anuncia preparación mediante purificación. Bajo sus poderes, nace la iluminada visión de la clarividencia.

Séptima estación: CRISTO JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

El ascenso a la Sexta Estación llega sólo mediante la Purificación. En la Séptima, el futuro progreso depende de la fortaleza de voluntad y la firmeza del propósito.

Siete es el lugar del sábado o descanso, no del cese de actividad. Es donde el discípulo se eleva, de un orden inferior a otro superior, y prosigue hacia la victoria espiritual y el adeptado. En este punto se sintetizan las experiencias de la vida y sus esencias se convierten en poderes útiles del alma. Desde este punto, el progreso futuro, aunque difícil, es continuo e ininterrumpido.

Octava estación: LAS HIJAS DE JERUSALÉN LLORAN POR CRISTO JESÚS

La separación entre los principios masculino y femenino es la causa de todo el dolor, la tristeza y la muerte existentes en el mundo. Esa separación llevó consigo la sumisión del femenino y es por eso por lo que lloraban las hijas de Jerusalén. El Maestro Supremo y Sus obras mostraron los perfectos poderes de los dos polos en equilibrio. La cruz que transportó y el Sendero que siguió hasta el Calvario simbolizan el medio para la restauración de toda la Humanidad. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" es un cántico de un profundo significado místico. El lamento de las hijas de Jerusalén (el despertar del alma) surge del hecho de que el hombre no se ha aproximado más a ese ideal crístico.

Ocho es el número "libre" o de la resurrección, y ostenta los elevados poderes del dorado rayo de Cristo.

Novena estación: CRISTO JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

La Tercera Caída está relacionada con los poderes de la mente no iluminada. San Pablo se refiere a ellos como "poderes de las tinieblas". Si la cualidad anímica femenina no hubiera sido sometida por las fuerzas puramente mentales, la mente del hombre no iluminado no hubiera jamás adquirido los desproporcionados poderes que hoy posee. La mente es el Sendero y su "cristización" es el trabajo más importante de toda la evolución humana.

El número Nueve representa la escala evolutiva que va del hombre a Dios; por eso ha sido denominado el número del hombre y el número de la Iniciación o de la "cristización" del hombre.

Desde la hora sexta hasta la hora nona, la tierra se oscureció, mientras el Maestro, unido a Su cruz, se convertía en el Supremo Indicador del Camino para toda la Humanidad, demostrando un perfecto equilibrio espiritual. El Nueve supone el comienzo de esa unión de poderes, y la mente, como se ha dicho, es el camino del logro. "Que Cristo se forme en ti", es el primer mandamiento cristiano.

Décima estación: CRISTO JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

La Décima Estación destaca el principio de la Gran Renunciación, simbolizada por la separación del Maestro de Su inigualable vestidura. Esa hermosa prenda representa la conciencia activa de Dios, esotéricamente comparable a la esencia extraída de todas las buenas obras de nuestras vidas terrenas, y que es perceptible por la vista interna como el "cuerpo del alma" o el "dorado vestido de bodas", un halo luminoso que rodea todo el cuerpo y se extiende ampliamente a su alrededor como una centelleante gloria, tal y como se ha podido comprobar en varios santos ilustres durante sus vidas terrenas. Cristo renunció a esa gloriosa vestidura del alma para que sus poderosas emanaciones impregnasen la cubierta etérica de la Tierra. El hombre continúa aún recibiendo curación física e inspiración espiritual provenientes de aquella fuerza originaria de Cristo, pues Su sacrificio no afectó solamente a su cuerpo, sino también a su alma. Fue un derramamiento de luz y de amor, del cual la Tierra y su Humanidad se beneficiarán hasta el fin de los tiempos.

El número Diez significa la verdadera sustancia del ser. Todos los números conducen a él. Los que le siguen son meras combinaciones de los que le preceden. El Diez está formado por las potencias masculina (1) y femenina (0), y representa al hombre y a la mujer trabajando de acuerdo con las leyes de la generación. La sublime pureza del alma, simbolizada por la vestidura inigualable y la renunciación mediante su entrega a seres menos avanzados, se hallan hermosísimamente representadas como la elevada consecución de la Décima Estación.

Undécima estación: CRISTO JESÚS ES CLAVADO A LA CRUZ

La Undécima Estación marca la total y completa renuncia a la vida personal en favor de la vida espiritual, lo mismo que la Décima marca su inicio.

El filósofo esotérico Franz Hartmann escribe: "La mujer representa la hermosura y la voluntad de la raza humana, mientras que la parte masculina de la Humanidad representa la razón y la fuerza; pero ninguno de los dos, ni el masculino ni el femenino, son perfectos. Sólo es perfecto el ser en el que lo masculino y lo femenino están unidos".

La cruz es el símbolo de la prevalente desunión entre los principios masculino y femenino en la Humanidad; y el espíritu interno o Cristo Interno está clavado en esa cruz de limitación hasta que se libera a sí mismo, mediante la Iniciación, por la que se obtiene el equilibrio perfecto.

De igual modo que la cruz (+) representa la falta de equilibrio entre lo masculino y lo femenino, el número Once (11) representa el equilibrio, la meta suprema de la raza humana. Por eso al Once se le denomina el Número del Maestro. Cuando las fuerzas del Once se hacen totalmente activas en el hombre, éste adquiere el poder de cambiar su entorno, de originar nuevas circunstancias, de crear un nuevo cuerpo y una nueva vida, todo ello en armonía con la divina imagen a cuya semejanza fue él mismo modelado en el principio.

La renuncia a todo lo que pertenece al plano físico proporciona la divina compensación de un campo de acción y unos poderes ilimitados en los mundos espirituales superiores. Cuando el alma se desliga de la materialidad, adquiere la correspondiente libertad en su propio y verdadero mundo.

Por eso los antiguos definían los poderes del Once diciendo: "En mi mano, todas las cosas permanecen en perfecto equilibrio. Yo uno todos los opuestos, cada uno con su complementario".

Duodécima estación: CRISTO JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Mediante la Iniciación, el discípulo muere a lo finito, a lo personal, a lo material, para renacer de nuevo al milagro y la gloria de lo infinito, lo impersonal y lo espiritual. Lo mortal es transmutado en inmortal, lo terreno en celestial. Con las palabras "se ha consumado", el glorioso espíritu de Cristo quedó libre para funcionar en mundos de inmortalidad. Tal es también la consecución del discípulo cuando alcanza este lugar del Sendero. La muerte ha sido enfrentada y vencida. Nunca más el terrible espectro podrá alcanzarlo, ya que ha heredado la vida eterna.

El número Doce se puede aplicar a todos los conceptos relacionados con la extensión, la expansión y la elevación. Trasciende lo tridimensional. La conciencia a él relativa se enfoca a una dimensión superior.

El símbolo del Tarot para el número Doce es el Hombre Crucificado, o sea, el que ha renunciado a todo y, por ello, lo ha ganado todo. El fin último del peregrinaje del ego en la esfera terrestre es traer a la manifestación la fuerza de Cristo en él latente. El número Doce entona la nota-clave de esa consecución.

Decimotercera estación: CRISTO JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ

La Decimotercera Estación es el Grado de la Gran Liberación. Cuando el cuerpo sagrado fue liberado de la cruz, fue puesto en brazos de Su bendita madre. En otras palabras, mediante el equilibrio, el ego se libera de la cruz de la materialidad y es elevado a la sublime exaltación de la unión con el Divino Femenino.

La Kábala dice que "cuando el macho se une a la hembra, ambos constituyen un cuerpo completo y todo el universo se halla en estado de felicidad, porque todas las cosas reciben bendiciones de ese cuerpo perfecto. Y eso es un Arcano". O sea, que esa es la suprema consecución en la evolución de la raza humana.

Mediante la emanación del poder del Doce, se aprenden lecciones a través del ritmo masculino del Uno y el ritmo femenino del Dos. El Doce, agrupado alrededor del Uno, forma una unidad que vibra hacia el Trece. En él yace el secreto de la paz, la abundancia y el poder, para toda la Humanidad. En la fórmula del Trece se encuentra la clave oculta de las palabras del Maestro: "Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estaré Yo en medio de ellos".

Gran parte del trabajo de Cristo y Sus discípulos está relacionado con la mística fórmula del Trece. La nueva dispensación se estableció bajo sus poderes. La Estación Decimotercera gobierna la transición de un estado inferior a otro superior. Sus fuerzas son, por tanto, especialmente activas en estos días en que la Era Acuaria está llegando a la manifestación. Como apuntando a este hecho, trece estrellas componen la urna celestial desde la cual la constelación de Acuario, el portador del agua celeste, está derramando las aguas de vida sobre la Tierra.

Decimocuarta estación: JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO

Cristo fue colocado en un "sepulcro nuevo" en el que no había sido sepultado antes ningún hombre. El principio masculino se debilita con la muerte o desequilibrio, para que pueda luego ser elevado de nuevo, en equilibrio con el femenino. El número Catorce representa las fuerzas combinadas del masculino Uno y el femenino Cuatro. Aquí el Cuatro es la puerta de entrada a los planos superiores. Ese fue el trabajo de Grado demostrado por el Supremo Maestro a lo largo de la Vía Sacra, y simbólicamente perpetuado en las Estaciones de la Cruz.

La colocación de Cristo Jesús en el "sepulcro nuevo" indica que Aquél que fue colocado en él, acababa de experimentar la Muerte Mística, que conduce a una nueva Iniciación o, mejor, a una Iniciación de un grado superior a la de cualquiera que la hubiera precedido. Pues la misión de Cristo en la Tierra fue la de fundar la nueva Escuela de Misterios Cristianos. Esa tumba, por tanto, no fue un lúgubre sepulcro de muerte, sino la puerta de acceso a una vida más abundante.

Las Catorce Estaciones o Grados, de estados de conciencia en expansión y ascensión progresiva, tienen su desarrollo paralelo en las estrellas interiores o centros florales que adornan el cuerpo del hombre iluminado. "Tras ello, miré y vi que en el cielo había una puerta abierta". Tal es la expresión bíblica para esta exaltada vivencia.

Entre los más próximos y queridos a Cristo, sólo unos pocos tuvieron la suficiente fortaleza para seguirle todo el camino. Entre los que lo intentaron, algunos se volvieron atrás por no tener la suficiente fortaleza para hacer la suprema renunciación de perder su vida por ganarla. Otros Le traicionaron en esa etapa porque no tuvieron la suficiente fuerza de carácter y la convicción que les hubieran hecho capaces de permanecer firmes ante un fin aparentemente ignominioso para su Maestro, y las pullas y mofas de la crucifixión se amontonaron ante ellos. La prueba que aquí enfrenta el candidato a la siguiente etapa del Sendero, hay muy pocos que estén preparados para sobrellevarla con éxito.

En palabras del místico rosacruz Max Heindel: "Esta etapa es para aquéllos que cierran sus ojos a todas las cosas de la Tierra, aquéllos que ya no se preocupan de las alabanzas o las censuras de los hombres, sino que miran a su Padre en los cielos. Aquéllos que están dispuestos a mantener la Verdad y sólo la Verdad. Aquéllos que ven con el corazón y ven en los corazones de los hombres, que pueden discernir en ellos al Cristo Interno, al Hijo del Dios viviente".

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MEDITACIÓN PARA EL VIERNES SANTO

Cuando el aspirante medite sobre el Misterio del Viernes Santo y del Amanecer de Pascua, que lo haga, a la luz de estas verdades. Mediante la reverente y profunda meditación sobre las elevadas consecuencias de estas Tres Horas, se acrecentará su conocimiento del trabajo en los planos internos, lo cual desarrollará sus poderes anímicos. Luego, mirando hacia el futuro lejano, hacia las edades por venir, se harán realidad las palabras de San Pablo: "Ahora somos hijos de Dios y aún no parecemos lo que seremos".

Que Cristo pudiera convertirse en el Espíritu Planetario fue el secreto del Misterio del Gólgota. Los acontecimientos de Navidad marcan Su entrada divina anual, mientras que los acontecimientos de Pascua, marcan Su divina consumación.