miércoles, 22 de febrero de 2012

SIGNIFICADO ESPIRITUAL DE LA ESTACIÓN CUARESMAL




SIGNIFICADO ESPIRITUAL DE LA ESTACIÓN CUARESMAL


La Estación Cuaresmal es un tiempo de trabajo anímico, con el fin de prepararse para recibir el influjo de los Misterios Pascuales, lo mismo que la Estación de Adviento es un tiempo de preparación para la recepción de los Misterios Navideños. La Estación Cuaresmal es un período de cuarenta días que precede a la Pascua. Si bien esto está de acuerdo con el calendario, el cristiano místico comprende que hay un significado oculto en el valor numérico de este período. El número cuarenta representa un tiempo de preparación para la culminación de cualquier elevado esfuerzo espiritual. Los israelitas, por ejemplo, vagaron durante cuarenta años por el desierto, simbolizándose así una meta buscada pero no encontrada hasta que se hicieron dignos de penetrar en la Tierra Prometida. O, en otras palabras, hasta que se hicieron dignos de convertirse en los pioneros de una nueva raza y una nueva edad. Lo que en este período preparatorio se obtiene actualmente, depende del esfuerzo realizado por el ego. En rarísimos casos puede completarse la preparación en sólo cuarenta días. Puede ocupar cuarenta años y, en algunos casos, hasta cuarenta encarnaciones.

Para los primeros Iniciados en los Misterios Cristianos, la Cuaresma no era tan sólo un período de cuarenta días de ayuno parcial y oraciones dominicales como hoy lo son para la iglesia. Era un extenso período de probación, que comenzaba con la entrada del sol en Capricornio por Navidad y continuaba durante los siguientes meses, mientras el sol pasaba por Acuario y Piscis y entraba en Aries, el signo de los nuevos comienzos, en que la vida sube a lo alto con el milagro de la Resurrección.

Durante ese período se producía un profundo examen del corazón: Los acontecimientos del año anterior se recapitulaban, y la esencia de las experiencias adquiridas, era asimilada por el alma. Este proceso de autoexamen, encontraba su expresión ceremonial en los rituales del Miércoles de Ceniza, el primer día de la Cuaresma, cuando las palmas que ondeaban con regocijo el anterior Domingo de Ramos, eran quemadas, y sus cenizas esparcidas sobre las cabezas de los penitentes. Así se simbolizaba que las caídas del año precedente servían a los elevados ideales, a los que el alma había sido despertada el Domingo de Ramos.

El sábado, mientras regía el Maestro Saturno, tenían lugar los "escrutinios". Es decir, que el Maestro escrutaba los cuerpos internos de los discípulos para comprobar los efectos de las disciplinas que estaban practicando.

Los principales objetos de estudio y meditación durante este período preliminar eran los libros de Job y de Jonás. Ninguno de estos dos libros puede ser comprendido en su verdadera significación, hasta que se los estudia como manuales de Iniciación, que se refieren a determinados procesos de desarrollo que, más tarde, fueron ampliados por Cristo durante el período de los tres años de Su vida pública.

Los principales acontecimientos de la vida de Cristo Jesús, desde la Anunciación a la Ascensión, configuran el Sendero de Iniciación que ha sido dado a todos los pueblos y a todas las razas, por medio de las distintas religiones del mundo. Es por ello por lo que muchos ocultistas dicen que la historia de Cristo, tal y como se relata en los Evangelios, es un mito que hay que leer alegóricamente y que no es histórica, sino el símbolo de ese sendero de perfección que toda la Humanidad acabará recorriendo. Esta interpretación, sin embargo, olvida a la Suprema Luz del Cristianismo Esotérico, al glorioso ser arcangélico, al Señor Cristo que, ya en aquel remotísimo pasado, rico en eones, que comprende el Segundo Día de la Creación y designado en la terminología oculta como Período Solar, se consagró a Sí mismo como guardián de nuestro planeta Tierra; y que, cumplido el tiempo, descendió a nuestra esfera planetaria para tomar, Él mismo, una forma humana en la persona del Maestro Jesús, encarnación que tuvo lugar en el momento de Su Bautismo, cuando la voz de lo alto proclamó: "Este es mi amado Hijo en el que me complazco".

En los Misterios Navideños y Pascuales tratamos de seguir el Sendero de Santidad, que Cristo recorre anualmente, durante Su ministerio a favor de este mundo y su Humanidad. Como hemos dicho, toda la naturaleza que, en su totalidad, constituye el cuerpo de esta Tierra, cambia armónicamente con el ascenso y el descenso de Cristo, y el Sendero del Progreso Espiritual o Iniciación para el hombre, sigue el mismo proceso. Por eso, cuando aprendemos a ponernos en una más estrecha e íntima relación con Cristo, nos encontramos, consecuentemente, más armonizados con el espíritu interno de los cambios estacionales, y con el trabajo particular de cada una de las cuatro estaciones del año, mejor realizado.

Además de que la vida de Cristo reproduce las experiencias de los primitivos Maestros del Mundo y las etapas iniciáticas procedentes de los antiguos Misterios, Él, no sólo añadió a todo lo antiguo un significado más profundo, sino que lo llevó a cabo en el plano histórico, para que el mundo lo vea y lo contemple. Por eso los Misterios Crísticos constituyen la suprema consecución a alcanzar mediante el desarrollo futuro de la Humanidad.

Así como la suma del trabajo realizado durante la época de Adviento consistía en tres Grados: La Anunciación, la Inmaculada Concepción y el Santo Nacimiento, el trabajo realizado durante la Cuaresma, consiste también en tres Grados: Getsemaní, el Juicio y la Crucifixión. Los tres Grados que preparan al candidato para tomar parte en los Misterios Navideños son hermosos y tiernos, ya que el trabajo está entonces centrado en el amor del corazón y, en ellos, el candidato penetra en el secreto perteneciente a la columna femenina del Templo, que es, simbólicamente, el elemento Agua de la naturaleza.

En los tres Grados que preparan al candidato para los Misterios Pascuales, el trabajo es difícil y la autodisciplina dura, ya que se dirigen al desarrollo y expresión de una voluntad firme y concentrada. El candidato aprende a desvelar el secreto perteneciente a la columna masculina del Templo que es, simbólicamente, el elemento Fuego de la naturaleza. Dedica, pues, todo el poder de su voluntad y resuelve utilizar toda la fortaleza de que dispone, para realizar con éxito el trabajo exigido. Y entonces es cuando aprende, en verdad y de hecho, lo que significa "caminar a solas".

En el Primer Grado o Getsemaní, el Sendero se estrecha y se hace tan inclinado como el tejado de un campanario, sin nada a la vista salvo la cruz que lo corona. Toda la pureza, todo el amor y toda la fe que se han ido incorporando al alma durante la preparación para recibir los Misterios Crísticos, deben ser puestos entonces en juego, junto con la fortaleza y firmeza de propósito que han crecido en su interior durante la presente época de Cuaresma.

El propósito de los Misterios Navideños consiste en guiar al hombre a lo largo del Sendero que conduce a la conciencia crística y a la dedicación de la vida al servicio del prójimo. El propósito de los Misterios Pascuales consiste en iniciar al hombre en el estado de inmortalidad consciente y hacerle capaz de conseguir la liberación del cuerpo físico, no solamente durante las horas de sueño ni entre vidas terrenas, sino en cualquier momento que desee, para convertirse así en un Auxiliar Invisible consciente, cuantas veces sea requerido, tanto en este plano como en los del espíritu. El alcanzar esta meta entraña una preparación ardua y difícil. El Rito de Getsemaní exige una vida de pureza e inegoísmo. El ceremonial del Miércoles de Ceniza, que marca el comienzo de la Cuaresma, incluye la colocación de las cenizas de la contrición sobre la cabeza del penitente arrodillado. El acto simboliza la dedicación e inegoísmo supremos, necesarios para que el candidato pueda pasar al Grado conocido como Getsemaní.

El Rito de la Agonía en el Huerto podría denominarse, con propiedad, el Rito de la Transmutación. La agonía de Cristo la produjo Su esfuerzo por reducir, a las condiciones limitadoras de la Tierra, Su elevada tasa vibratoria, con el fin de convertirse en el Espíritu Planetario Interno de la misma. Cuando se abrió a Sí mismo al ritmo terreno, todas las poderosas, siniestras y abundantes corrientes del mal, existentes en nuestro mundo, se precipitaron hacia Él. Y Él, no sólo sintió su peso abrumador, sino que vio, en caleidoscópica visión, su origen y su propósito. Las debilidades, caídas y caprichos de la Humanidad le abrasaron como llamas, al tiempo que la voracidad, el egoísmo y el odio gravitaron sobre Él como cargas plúmbeas. El dolor, la angustia y el sufrimiento causados por las malas acciones de los hombres Le hirieron hasta lo más profundo de Su dulce y compasivo corazón.

El límite de la agonía, incluso para un arcángel, se precipitó sobre Él cuando pasaron ante Su visión las imágenes del futuro, y vio cuán pocos, de entre las inmensas multitudes que constituyen la Humanidad, reconocerían el verdadero significado de Su venida y el objetivo real al que apuntaba. Contempló con profundo dolor cómo el oscuro velo del materialismo cegaría al mundo moderno, y la consiguiente falta de discernimiento, intranquilidad y temor. La ceguera y la ignorancia de las masas en cuanto a Su misión, la cristalización y la cada vez más estrecha comprensión por parte de los que, inicialmente, habían sido concebidos como canales dedicados a Su servicio, hicieron culminar Su Rito de la Agonía con esta súplica: "Padre, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".

Getsemaní no tuvo lugar en el Huerto de los Olivos por casualidad. Se dio allí porque ese Huerto es una de las áreas de la Tierra más elevadamente cargadas de vibraciones (positivas). Lo que Cristo hizo en aquel Huerto, altamente magnetizado, lo hizo bajo el aleteo de los ángeles. Fue un momento en el que el programa todo de la evolución recibió un impulso nuevo y poderoso.

En el Grado del Juicio, las pruebas que el candidato ha de superar están de acuerdo con su status espiritual. Cuanto más avanza uno en el Sendero, tanto más sutiles y penetrantes son las pruebas. Ninguna podría compararse en severidad con las sufridas por Cristo Jesús, ya que nadie posee Su fortaleza y Su poder espirituales.

Una vez más, en el Grado del Juicio, el candidato comprueba la inmensa importancia de su largo entrenamiento en el inegoísmo. Si no se ha realizado apropiadamente el trabajo preparatorio, no se tendrá éxito al pretender pasar este importante Grado. Pocos han sido capaces de caminar a lo largo de su largo y estrecho sendero. En un inspirado manual se dice, al referirse a este elevado trabajo: "Antes de que los oídos puedan oír, han de haber perdido su sensibilidad. Antes de que la lengua pueda hablar en presencia del Maestro, ha de haber perdido su poder de herir; antes de que los pies puedan permanecer en presencia del Maestro, han de haber sido lavados con la sangre del corazón".

El último o Tercer Grado que conduce a la liberación, es el de la Crucifixión. En este Grado, el candidato se encuentra frente a uno de los más sagrados Misterios, y que ha de permanecer por siempre sellado para el profano. Su significado secreto puede sólo ser aludido brevemente aquí; su propósito interno y verdadero sólo puede ser revelado a aquéllos que buscan y encuentran la luz en su propio interior, esa llama del gran amor blanco que excede a toda comprensión.

Ha habido algunos que han alcanzado este punto avanzado del Sendero y se han vuelto atrás, no teniendo suficiente fortaleza para seguir adelante, con Cristo, camino del Gólgota. Otros, han llegado a ser "clavados" en la cruz, y han fallado, porque no han podido soportar que la cruz se irguiera. Estrecho es el Sendero y sutiles son las pruebas hasta el mismo final.

Los estigmas en las manos, pies y cabeza están en la misma posición relativa que los extremos de la estrella de cinco puntas. Los cinco clavos son los cinco sentidos, que atan al espíritu a la cruz del cuerpo físico. Platón dice: "Cada placer y cada dolor son una especie de clavo que une el alma al cuerpo". El espíritu está muy íntimamente ligado a la forma por los cinco sentidos y, en esos puntos, el poder del fuego espiritual ha de ser muy potente. La "extracción de los clavos" de esos puntos, produce las cinco llagas sagradas.

El padecimiento lo produce el ascenso del fuego creador a lo largo del triple cordón espinal. Cuando ha ascendido durante cierto tiempo, Neptuno enciende el fuego espinal espiritual. Este fuego hace vibrar las glándulas pineal y pituitaria en la cabeza y, cuando la onda vibratoria golpea el seno frontal, despierta a la vida los nervios craneales o Corona de Espinas. Más tarde, la Corona de Espinas se convierte en un halo luminoso, y la túnica escarlata se transforma en otra de púrpura real.

Cuando el espíritu de Cristo quedó liberado del cuerpo de Jesús y pasó al centro de la Tierra, Su alma inmensa empapó el globo entero de una incomparable brillantez, tan intensa que la luz del sol a su lado pareció oscura.

Cada sacrificio comporta su compensación espiritual. Todo hombre que muere en el campo de batalla, por cualquier causa que considera más importante que él mismo, renace en un nivel superior de conciencia. El status evolutivo del ego avanza cuando la sangre, que es su vehículo directo, se limpia de impurezas fluyendo del cuerpo en el momento de morir. Todo ego, durante sus amplísimos ciclos de peregrinaje terrenal, vive, por lo menos, una vida en la que el espíritu abandona el cuerpo mientras la sangre fluye. Cristo, mediante Su sacrificio en la cruz, fue elevado a las Grandes Iniciaciones que pertenecen al Reino del Padre.

El candidato victorioso, que sigue a Cristo hasta el final del camino, llega a la Gloria de la Gran Liberación. Entonces es ya libre de pasar, a voluntad, del plano físico a los reinos espirituales. La Corona de Espinas se convierte en un halo de luz, ya que ha conquistado el más grande de los dones de la vida: La inmortalidad consciente. Pasando triunfalmente a los planos internos, se une a las blancas multitudes que rodean a Cristo y que elevan sus voces entonando el eco de las palabras pronunciadas por el Maestro en el momento de Su Gran Liberación: "¡Dios mío, Dios mío, cómo me has glorificado!".

El victorioso, pues, conoce entonces toda la gloria de la alborada de su propia Resurrección.

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NOTA : Este tema ha sido extractado del libro titulado “El Misterio de los Cristos”, escrito por la Sra. Corinne Heline, de la Fraternidad Rosacruz de Oceanside, California

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aporte realizado por César Lillo Arellano, que agradecemos  

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