viernes, 23 de marzo de 2012

JACOB Y MOISÉS, HIJOS INICIADOS DE LA ANTIGUA SABIDURÍA - CAPÍTULO II









CAPÍTULO II:


JACOB Y MOISÉS, HIJOS INICIADOS DE LA
ANTIGUA SABIDURÍA


Los primeros Padres reconocían el poder escondido del fruto de
la vid, como se concluye de los siguientes pasajes de Justino Mártir:
“La palabra sangre de la uva se usó a propósito para expresar que
Cristo tiene sangre, no proveniente de la simiente humana, sino del
poder de Dios. Pues de similar manera el hombre no produce la
sangre de la vid sino Dios, así también este pasaje nos anunció que la sangre de Cristo no iba a ser de orígen humano sino del poder de
Dios y esta profecía indica que Cristo no es un hombre, engendrado
del hombre según las leyes comunes del hombre”.


Un historiador eclesiástico del siglo cuarto, Eusebio, hace este
comentario del siguiente pasaje:



“ … Los hombres son redimidos por la sangre de la uva que es
espiritual y en que Dios ha morado.”


Se colige claramente de aseveraciones como esas que la
referencia hecha a “la sangre de la uva” tiene un profundo significado. Se refiere a la transmutación y purificación de la sangre. Cristo dijo a sus discípulos: “Yo soy la vid y ustedes son el follaje” Por medio del pan y del vino un aspirante verdadero se coloca a sí mismo en una armonía más perfecta y cercana con Cristo y por ende puede desarrollar y manifestar en su interior mayores poderes crísticos.


Tanto Justino Mártir como Clemente de Alejandría aseveran
que Cristo se apareció a Jacob en el sueño en el cual sostenía una
escalera que se elevaba desde la Tierra al cielo, y los Ángeles de
Dios ascendían y descendían por ella. Sobre la misma se sentaba el
Señor que decía “Yo soy el Señor Dios de Abraham, tu padre, y el Dios deIsaac” (Génesis 28:13). Cipriano, citando el Génesis 35:1 escribe:“Creed como todos los Padres lo hicieron, que fue Cristo el Dios que allí habló y que se le apareció a Jacob cuando huía de Essau”.


Como se menciona en el tercer volumen de nuestra
INTERPRETACION DE LA BIBLIA DE LA NUEVA ERA, los Maestros Iluminados a lo largo de las eras han enseñado a sus discípulos que los trabajos de las Escuelas de Misterios y las varias formas de sus Iniciaciones no fueron sino pasos preparatorios para la venida del Maestro Supremo del Mundo, el Señor Cristo. Esta aseveración se mantiene como tal en relación con los maestros profetas de la Dispensación del Viejo Testamento. Ellos y sus seguidores se preparaban para un ulterior servicio a Cristo. A Jacob se le enseñaba en sus Sueños a leer en la Memoria de la Naturaleza. Allí vio la escalera involucionaria y evolucionaria que se extendía desde el cielo a la Tierra y desde la Tierra al cielo, con multitud de espíritus que descendía en la encarnación y reascendía al cielo después que las lecciones terrenas hubieren sido aprendidas.


El Camino del Discipulado ha sido igual en todos los tiempos.
Los aspirantes deben enfrentarse a similares pruebas y superar los
mismos retos, con apenas cambios particulares en el devenir de
épocas sucesivas. El Sendero iniciático es precisado con excepcional fidelidad en la vida de Jacob. Se registra en Génesis 32: 24 que cuando Jacob se quedó solo: “he aquí que comenzó a luchar con un personaje hasta la aurora”. A la conclusión de este incidente se hizo claro que el Uno prevaleció sobre Jacob, el nombre nuevo de Israel, que quiere decir aquel que preserva. “Porque”, le dijo, “como un príncipe has luchado con Dios y con los hombres”. La experiencia relatada aquí es de la mayor significación. Justino Mártir, Clemente de Alejandría e Ireneo, advierten en este pasaje que el Maestro y el era el Cristo Señor.




Es conocida en el Sendero del Discipulado la experiencia de
Jacob de luchar toda la noche con el Ángel e impedirle que se vaya
hasta recibir una promesa. Los Poderes Espirituales interiores latentes en cada aspirante se desarrollan tanto en su persona que luego se hacen patentes en toda su vida. “Dejad que el Cristo se forme dentro de vosotros” era la admonición de San Pablo a sus discípulos. Este es un requisito necesario antes de que uno pueda convertirse en un pionero en la Dispensación de Cristo.


Esto se llevó a cabo en la vida de Jacob. Abandonó por siempre
Essau (la naturaleza inferior), y en concordancia con el cambio interno que a la sazón le ocurrió, ya no se le llamó más Jacob sino Israel, un nombre que también significa “uno que ve a Dios”. Jacob ya era un heroico conquistador y fervoroso siervo y fue calificado para convertirse en un obrero del viñedo del Señor, el cual declaró:
“Quienquiera de ustedes que sea el más grande, será el servidor de
todos”.


Nuevamente, Orígenes escribe en relación al versículo en el
Génesis que dice que “Jacob quedose solo; y he aquí un hombre que comenzó a luchar con él”:


“Quién más podría ser aquel que es nombrado al mismo tiempo
hombre y Dios, aquel que riñó y contendió con Jacob, aquel que
hablaba en diferentes ocasiones y de diversas maneras ante el
Padre (Heb. 1:1); la Palabra sagrada de Dios que es nombrado
Señor y Dios, que también bendijo a Jacob y lo llamó Israel,
diciéndole: ‘Tu has prevalecido con Dios’. Fue así que los
hombres de aquellos días mantenían la Palabra de Dios, como
el apóstol de Nuestro Señor lo hizo cuando dijo ‘Lo que fue desde el principio, lo que oímos, lo que vimos con nuestro propios ojos, y contemplamos, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de la vida’ (Jn: 1.1.) cuya Palabra de Vida también Jacob lo vio y afirmó además ‘he visto A Dios cara a cara’.”



Pasada esta experiencia fragorosa, que terminó con la victoria

de Jacob, éste ascendió a Betel, donde construyó un altar y dedicó su vida a Dios.


Muchos que pasan por esta experiencia exaltadora tienen
conciencia de la presencia del Cristo, y del derrame de Su tierna
bendición sobre sus valientes. Betel significa “la casa de Dios” y así es como un candidato victorioso se realiza en completa entrega.


Hipólito, un escritor eclesiástico del siglo tercero y pupilo de
Ireneo, pronunció la siguiente confesión con referencia a Cristo, como se describe en la profecía de Jacob (Gen. 49:9) y también en
Revelación (5:5) “El Señor Jesucristo, dado que es Dios, a causa de
su condición real y gloriosa, fue de quien se habló antes como de un
león”.





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MOISÉS


Cuatro de los más distinguidos Padres de la iglesia -Justino
Mártir, Clemente de Alejandría, Ireneo y Tertuliano, afirman que no fue otro sino Cristo el que se apareció a Moisés en la zarza ardiente. El fenómeno fue un reflejo del Cristo Cósmico mientras se acercaba más y más a la Tierra antes de Su encarnación humana. Cristo es el Señor del Cielo y el Jefe entre los Espíritus de Fuego, los Arcángeles. La Dispensación Cristiana está íntimamente guiada por la Jerarquía de Leo, los Señores de la Llama. Por tanto, la Iniciación del Fuego está directamente conectada con los Misterios Crísticos. Este Fuego no es flama que quema sino luz que purifica y transmuta. La zarza que “quemaba” quedó encendida en luz pero no fue consumida. Esta experiencia de Moisés es una forma velada de la exaltación que acompaña a la Iniciación del Fuego.


Mucho tiene que ver con los procesos de Purificación y
Transmutación la preparación de los discípulos para la Iniciación por Fuego. Todos los procesos elevados iniciáticos van acompañados de música celestial. Richard Wagner, un verdadero Iniciado musical, trajo a la Tierra en la perfección de su Música de Fuego que dio al mundo en sus dramas musicales LA VALKIRIA y SIGFRIDO, algo de la magnificencia y esplendor que acompaña a la Iniciación por Fuego. La sublimidad de estos afanes celestiales y también de aquellos acordes finales del OCASO DE LOS DIOSES, suena como ecos y resonares de las tonalidades de los reinos en los altos cielos.



Justino Mártir, en concordancia con muchos Padres de la Iglesia,
cree que Cristo habló a Moisés desde la zarza, y estuvo en
desacuerdo con aquellos que confundieron al Dios Padre con Su Hijo. “Aquellos que piensan que siempre fue el Dios Padre el que habló a Moisés, considerando que Aquel que le habló fue el Hijo de Dios, al que también le llaman un Ángel (y un Apóstol), están al parecer convencidos tanto por el espíritu profético como por el mismo Cristo, de no conocer ni al Padre ni al Hijo. Aquellos que dicen que el Hijo es el Padre, no tienen ninguna certidumbre de conocer al Padre ni de entender que el Dios del Universo tiene un Hijo el cual, siendo la Palabra unigénita de Dios, es también Dios. Y más antes se les apareció a Moisés y a los profetas en forma de fuego como una imagen incorpórea.”


Otra autoridad que hace hincapié en que fue Cristo el que dijo a
Moisés “Yo soy vuestro Señor Dios que os ha traído de la tierra de
Egipto” es Clemente de Alejandría. Siempre es el poder de Cristo el
que mueve al aspirante de Egipto, la tierra simbólica de la esclavitud de los sentidos y de la oscuridad del entendimiento mortal.


A Moisés se le permitió ver la Tierra Prometida, la tierra en la
que fluía la leche y la miel (la Dispensación de Cristo del ciclo Acuario- Leo). El piadoso Orígenes nos dice que en la Montaña Sagrada el Cristo dio a Moisés las Tablas de la Ley, cuando se le enseñó a leer en los Archivos Akásicos. Vio que la civilización de la Quinta Raza Raíz iba a tener su fundamento en las leyes que llegaron a ser conocidas como los Diez Mandamientos. Vio después que el mismo Cristo traería una extensión de esas leyes, las que las pronunció mediante los preceptos enunciados en el Sermón de Montaña. La humanidad de la Quinta Raza Raíz está muy lejos del plan proyectado para ella en el plan divino. Solo muy pocos de sus miembros han alcanzado el estado evolutivo en el cual viven en concordancia completa con los Diez Mandamientos, y otros menos aún tienen alguna concepción de la importancia espiritual del Sermón de la Montaña.


La palabra clave en el cristianismo místico es polaridad, como
se ha enunciado a lo largo de la serie LA INTERPRETACION DE LA NUEVA ERA. Las dos columnas de la polaridad se forman mediante los Diez Mandamientos (la columna masculina) y el Sermón de la Montaña (la columna femenina). Para el hombre crístico de la Raza Leo - Acuariana venidera, a medida que éste se eleve a dimensiones superiores de desenvolvimiento, los Diez Mandamientos serán la base sobre la cual constituirá su vida diaria, mientras que el Sermón de la Montaña será su súper estructura.


La ascensión de Elías al cielo en un carruaje de fuego es la
descripción de este otro espíritu iluminado, que fue capacitado a
través de la Iniciación del Fuego para trabajar tanto en los planos
internos como externos, en preparación para la venida de Cristo. Esto fue como la Iniciación de los tres hombres sagrados que fueron arrojados a un llameante horno y sin embargo permanecieron ilesos, tal como se registra en el Libro de Daniel. Este libro contiene en todo su contenido mucha información relacionada con la Iniciación por Fuego.

El Libro de Daniel está estrechamente relacionado con el trabajo
de las Jerarquías del Signo de Fuego, Leo. Según se conserva en el
umbral de los Misterios Cristianos, esa fue la Iniciación por Fuego a la que el Maestro Supremo se refirió cuando le dijo a Nicodemo:
“Excepto que un hombre nazca del agua y del espíritu (Fuego), no
puede entrar al Reino de Dios”, el nuevo orden en Cristo.

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