PARTE III:
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL
COSMOS
PREFACIO
El Bautismo señaló el comienzo del ministerio terrenal de
nuestro Señor Cristo y la Crucifixión estableció el punto culminante de Su misión sacrificial. Se presentó en la Crucifixión como un mediador entre Dios y el hombre y entre el cielo y la tierra e ingresó en el corazón del planeta y se convirtió en su Espíritu Interno. Desde entonces continúa su regencia tanto desde dentro como desde afuera de nuestro planeta.
Su centro planetario es el corazón de la Tierra. Cada año Su
Espíritu penetra allí con una siempre creciente intensidad y volumen, haciendo así más fácil que el impulso espiritual ingrese y encuentre un lugar de interiorización en el corazón del hombre. Esta maravillosa revelación la recibió Pablo en el camino a Damasco y posteriormente la incorporaría en una instrucción dada a sus discípulos.
Mil años con el Señor no son sino un día. Como se registra en el
Génesis, en el Segundo Día de la Creación conocido en el ocultismo
como el Periodo Solar, los Arcángeles estaban atravesando una etapa de desenvolvimiento correspondiente a la actual evolución humana. Sus cuerpos o vehículos no eran sin embargo igual a los nuestros sino que estaban formados de una sustancia no más densa que aquella del plano de los deseos o astral. (El próximo cuerpo más denso, el cuerpo etérico, no había llegado a existir sino hasta el siguiente Día de la Creación o Período Lunar, ni el cuerpo físico hasta el subsiguiente Día, nuestro Período Terrestre). Cristo estaba y está a la cabeza de la oleada de vida arcangélica y fue en ese pasado eónico indicado arriba como el Periodo Solar, que se comprometió a servir y guiar a la Tierra y toda su progenie en su desarrollo evolutivo. Pasaron más de diez épocas antes de que nuestra Tierra estuviese lista para recibirle en su centro íntimo.
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