lunes, 20 de noviembre de 2017

La Ascensión - en you tube -

CAPÍTULO XVIII

LA ASCENSIÓN

Los días santos culminaron con la Ascensión. Siempre recalcó el Maestro a Sus discípulos el milagro de aquel día en que desarrollarían todos los poderes crísticos en sí mismos, acontecimiento al que Él llamaba "ser investido con los poderes de lo alto". El gran día de Pentecostés se convertirían en seres inspirados e iluminados, mensajeros y maestros del perfecto Sendero de Cristo.
En el Rito de la Ascensión, Cristo reunió a Su alrededor a Sus más avanzados discípulos y, mientras los bendecía, Lo vieron elevarse, cada vez más, a los planos espirituales, tan lejos que, finalmente, ni siquiera su visión clarividente pudo seguirlo, mientras huestes de ángeles cantaban gozosos: "Así como lo habéis visto elevarse, así regresará".
Durante el período de cuarenta días que va desde la Resurrección a la Ascensión, los discípulos, no sólo vivieron una experiencia espiritual riquísima y reconfortadora, sino que Cristo mismo fue un canal para el flujo y reflujo renovador del creciente poder espiritual. Se ha dicho repetidas veces, a lo largo de la Interpretación de la Biblia para la Nueva Edad, que cada acontecimiento importante en la vida de Cristo, representa una etapa iniciática en el desarrollo espiritual del hombre. Estos sucesos representan también progresivas iniciaciones en la vida del Maestro.
Con la Ascensión, Cristo pasa a los más elevados planos espirituales de la esfera terrestre que, bíblicamente, se describen cono "el Trono del Padre". Se convierte así en un canal para el derramamiento de las fuerzas de las Doce Jerarquías Zodiacales, incluyendo los Serafines, los Querubines y los Señores de la Llama. Con la Ascensión, o solsticio de verano, cada átomo de la Tierra queda impregnado de la luz-gloria de este divino poder espiritual. En el solsticio de invierno, el corazón de la Tierra se hace luminoso con la luz de Cristo. Sin embargo, Sus emanaciones son tan elevadas que la mayoría de la Humanidad lo percibe muy parcialmente o nada en absoluto. La estación de la Navidad se celebra universalmente, pero la fiesta del solsticio de verano pasa casi siempre desapercibida. Y, aunque eso es cierto en el plano físico, es muy distinto en el mundo espiritual.
Allí las festividades las celebran los ángeles y los arcángeles. La belleza, el esplendor y el poder espiritual que impregnan, tanto el cielo como la Tierra, en esa elevada época, no pueden describirse adecuadamente por lenguas humanas, más allá de lo que puede verse por la humana visión.
La exaltada gloria de la fiesta de la Ascensión pertenece a un elevado estado del ser que la Humanidad, en continuo desarrollo, alcanzará un día en el curso de su propio ascenso hacia la Iluminación.
Hay una leyenda que cuenta que, poco después de la Ascensión, Cristo, en el plano celeste, estaba rodeado por numeroso profetas del Antiguo Testamento contemplando, asomados al borde del mundo, a los discípulos en la Tierra, atareados en enseñar y curar a las multitudes que les seguían, cuando uno de los profetas le dijo a Cristo: "Es una lástima que hayas dejado el mundo tan pronto, cuando aún quedaba tanto trabajo". Cristo replicó: "Yo no he dejado la Tierra. Mientras haya discípulos que hagan lo que yo hice y digan lo que yo dije, estaré entre ellos".
¿No es ésta la prueba más impresionante y desafiante para el discípulo, en todas las edades, y en todo momento?. El practicar una dedicación y una consagración tan completas, que los pies no caminan sino por Sus caminos, que las manos ministran en Su nombre, y que los labios no hablan sino de Él, constituye el verdadero significado del discipulado. Quien pase esa prueba, será hallado digno de participar en el mismo intervalo glorioso de comunión con el Señor Cristo, que los primeros discípulos disfrutaron en aquel primer período entre la Resurrección y la Ascensión.

EL MISTERIO DE LOS CRISTOS

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