La Celebración de la Noche Santa
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Sobre una alta colina se eleva un luminoso Templo blanco. Su estructura es de doce lados y elevándose encima del amplio domo está una gran cruz refulgiendo sobre una estrella luminosa de cinco puntas. El interior del Templo está colmado de una niebla blanca resplandeciente, más pura que la nieve cristalina. Sobre el Altar cuelga una blanca cruz sin mancha, adornada en su centro por una sencilla Rosa blanca.
Este Templo es el asiento de un grupo de seres benéficos que se han dedicado
a sí mismos para el Servicio del Mundo, para lograr la elevación de la Humanidad y hacer cesar el dolor y la pena. Las masas de la humanidad están totalmente ignorantes éstos; pero para el sabio ellos son conocidos como los Grandes Compasivos. En la hora mística de la medianoche, ellos siempre se reúnen frente a la gran cruz de la perfecta y sencilla Rosa.
Según unifican sus fuerzas espirituales y las dirigen hacia la Rosa, ésta se va iluminando; sus pétalos se abren y una pura luz, como de fresco amanecer se incrementa hasta que toda la Rosa se transforma en un matiz dorado. Esta luz continúa aumentando en volumen e intensidad según avanza el trabajo de los Hermanos hasta que todo el Templo está bañado con ella. Luego la luz sale por las doce ventanas del Templo, que adornan los lados del mismo. Todos los alrededores son iluminados por los poderosos rayos según se expanden y alejan, hasta que finalmente son tragados por el infinito del espacio. El Templo entonces parece como si fuera de carácter totalmente físico. Luego su domo vuelve a verse envuelto como de una marea ondulante y se llena de la niebla etérica plateada.
Algunas veces un Aspirante ansioso se encuentra a sí mismo afuera, en el Portal de tan magnífico Templo, envuelto en la luz que de allí emana, coloca sus manos anhelantes sobre la puerta cerrada, esperando que al fin le sea permitida la entrada. Pero una voz suave le dice: "Aun no, hijo mío, todavía te falta algún trabajo por hacer"
El precio de la entrada a este Lugar Santo no es la riqueza, ni la fama o la adulación del mundo. Si no que uno debe aprender a cargar su cruz con mayor coraje, debe aprender a andar por el recto y estrecho camino que conduce a los escalones del Calvario. El precio no es de una corona de joyas, sino de una corona de espinas. Antes de que la puerta pueda abrirse, el corazón debe haberse limpiado de los deseos egoístas, la mente disciplinado hasta poseer la transparencia y brillo de un diamante.
En estos días de ardiente egocentrismo hay muy pocos que deseen seguir este sendero solitario hasta el final, pocos que puedan creer que ese es el Único Camino
Verdadero y que al final del mismo pueda encontrarse la "perla de gran precio".
Pero cuando el Discípulo se ha liberado de los últimos remanentes del egoísmo, su conciencia se extasía en haberse convertido en uno con la luz que mana del Templo y él sabe que a pesar del tiempo, el espacio o las circunstancias, ya nunca más se separará de aquella. Sabe que a través de todos los días de sus vidas sobre la Tierra, esa luz será un lazo místico conectándolo con los Seres Exaltados que trabajan dentro del Templo.
En la Noche de Navidad, la Noche Santa del Año, el trabajo de la Hermandad Blanca alcanza su zenit. Hora tras hora a través de la noche los miembros se unen para emitir una poderosísima fuerza espiritual, una fuerza que hace lucir aún más lustrosa la Rosa blanca sobre la cruz. Huestes Angélicas descienden y la rodean, cantando con suavidad y exquisita ternura; ellos recogen brillantes cintas de luz y las llevan consigo.
Algunos sueltan su preciosa carga sobre los espantosos campos de batalla.
Otros las dejan caer en la oscuridad de las ciudades y sitios viciados. Algunos derraman sus bendiciones sobre hospitales y casas de dolor. Aún otros ondean brillantes guirnaldas como bálsamo para los corazones caídos en las penas y sobre las cabezas abatidas por el peso de la zozobra. Algunos se dirigen a aquellos reinos donde se reúnen con los que han abandonado el cuerpo y están en ese estado al que llamamos muerte. Con sus corrientes de luz, los Ángeles construyen un camino brillante para que los llamados "muertos" puedan llegar a sus hogares y hasta aquellos corazones desolados por su partida, estableciendo una luminosa y tierna comunicación entre "aquellos que se han ido" y sus amados que quedaron detrás en el plano terrestre.
Durante todas las horas de la Santa Noche de Navidad, la exaltada Fraternidad realiza dentro del Templo su labor de Amor por el mundo, mientras la Cruz y la Estrella sobre el domo del templo refulgen con luz celestial y multitudes de Ángeles cantan triunfantes a coro: "Gloria a Dios en las alturas y Paz - Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad".
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del libro "Portales Estelares"
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