Una Leyenda Masónica: el Hijo de la Fragua
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Desde tiempos inmemorables, el Equinoccio de Primavera ha sido celebrado como la Fiesta del Fuego. En tiempos pre-cristianos se encendían fuegos en los picos de las montañas y en otras elevaciones menores para que las gentes pudieran rendir homenaje al dios del fuego. Ese dios del fuego es el Sol en Aries, que se convierte en el Hijo de la fragua de una antigua leyenda. Mientras el Sol cruza el Ecuador Celeste rumbo al Norte, las aguas de Piscis son teñidas con los rayos de una vida nueva y toda la naturaleza es bañada por una oleada de "fuego verde" en un rito cósmico bautismal que transforma la muerte en vida y el caos en belleza sobrenatural.
Esta transformación de la naturaleza es el secreto de Vulcano, el herrero celeste, quien hizo descender el fuego de los cielos y que en recompensa le fuera dada Venus, la diosa de la belleza, como esposa.
En los antiguos anales masónicos, encontramos una leyenda que posee especial significación en su conexión con esto, porque la Masonería es esencialmente una obra de fuego originada en las fraguas primaverales de Tubal Caín. Esta también rinde homenaje al dios del fuego, Aries, en la Sagrada Época de la Resurrección. La leyenda dice lo siguiente:
Vino a suceder que Salomón, hijo de David, preparó una fiesta para los jefes de los constructores y artífices del templo de Jerusalén y puso una mesa con los más ricos manjares y vinos y el aceite en ella. La Silla del Rey estaba a la cabeza de la mesa y en un sitial elevado. Los dos famosos pilares de bronce con sus bellos capiteles de lirios, grabados y delicada obra, estaban colocados, unos a su derecha y el otro a su izquierda y un dintel sobre ellos hacía un dosel sobre la cabeza del Rey
Y Salomón había puesto otra Silla de Honor, colocada a su derecha, lista para aquel constructor que fuera nombrado el más valioso entre todos aquellos que habían construido la Casa del Señor. Y cuando todo estuvo listo, llamó ante sí a sus jefes arquitectos y capataces de obra y a los principales artífices que eran hábiles trabajadores del oro y la plata, el ónice y el marfil y el caderamen de los muros entre todos los que habían trabajado construyendo el Templo del Altísimo y les dijo:
"Siéntense en derredor de mi mesa y compartamos la fiesta que he preparado.
alarguen las manos, coman, beban y alégrense". Cuando Salomón y los huéspedes estuvieron sentados, llegó alguien que tocó a la puerta fuertemente y avanzó hacia la mesa festiva. Y el Rey dijo: "¿Qué modales de hombre tienes tú?" ¿Por qué llegas tan rudo e indecoroso, sin ser invitado a nuestra fiesta, donde no fueron invitados otros, más que los Maestros de Obra del Templo?"
"Y el hombre contesto diciendo: "Perdóname, entré con rudeza por causa de los sirvientes del portal que me impedían el paso y me obligaron a forzar mi entrada, pero yo no vine sin ser invitado. ¿Acaso no se proclamó que hoy todos los Maestros de Obra del Templo cenarían con el Rey? Pues. entonces, aquí estoy"
Cuando el hombre hubo así hablado, los huéspedes cuchichearon entre sí. Y el que hubo esculpido los Querubines dijo en voz alta: "Este no es escultor, yo no lo conozco".
Luego el que enchapó el techo con oro puro dijo: "Tampoco es uno de los que trabajan los metales preciosos". Y el otro, que elevó los muros dijo: "El no pertenece a los que cortan las piedras". Y los que trabajaron en la armazón del techo: "Nosotros, que somos hábiles en la madera de cedro y conocemos los misterios de unir las distintas vigas, tampoco le conocemos; no es uno de los nuestros".
Pero el hombre no se desanimó por ello. Tomó una copa de vino de la mesa y elevándola sobre su cabeza habló diciendo: ¡Oh, Rey, que vivas para siempre!" y la bebió hasta vaciarla. Luego se volvió hacia los huéspedes que lo habían repudiado y le dijo al principal de los que trabajaban las piedras: "¿Quién hizo los instrumentos con los que se tallan las piedras?". Aquel respondió: "El herrero". Y al jefe de los carpinteros dijo: "¿Quién hizo las herramientas con las que cortaste los cedros del Líbano y los convertisteis en los pilares y techo del Templo?... Y éste respondió: "El herrero". Luego preguntó a los artífices del oro y la plata y las piedras preciosas. ¿Quién conformó los instrumentos con que hicisteis tan bellos ornamentos para mi Señor el Rey?. Y luego ellos dieron la misma respuesta: "El herrero".
Entonces el extraño dijo a Salomón: "Mira, Oh Señor, yo soy aquel que estos hombres ridiculizan cuando me llaman herrero, pero cuando quieren honrarme entonces me llaman ’Hijo de la Fragua’. Estos constructores dicen la verdad. Yo no soy uno de ellos. Yo soy su superior. Sin mi labor previa, la suya nunca podría haberse hecho" "Hijo de la Fragua", dijo el Rey Salomón, "Yo también te honro. Toma el asiento a mi derecha, que preparé para el más valioso. Te lo has merecido"
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del libro "Portales Estelares"
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