MÚSICA DE DESAFÍO Y BÚSQUEDA
La música popular es fecunda en deseos no realizados y encierra un
anhelo por romper el velo que cubre el Templo y permanecer en la Luz
Eterna. Estos anhelos hasta ahora insatisfechos, aun no han alcanzado su
completa y libre expresión en la música de este período. Más bien,
retrocede, debilitada por tanto batallar contra la oscuridad. Por
consiguiente, la música moderna deja al oyente descontento, como si
esperara algo a lo que aspira pero no alcanza.
“La Pregunta Sin Respuesta” de Charles Ives es un notable ejemplo de este
tipo de música. Las cuerdas y flautas golpean en frivolidad contra el
espacio vacío, vanamente buscando la respuesta para esta hambre de
alma, pero esa respuesta sólo puede encontrarse en el mismo hombre
regenerado. A mucha de nuestra música moderna bien podría
denominársele una glorificación de disonancias. Previamente hemos
mencionado el hecho que los Padres de la Iglesia primitiva consideraban
ciertas disonancias musicales como “música diabólica”. Lo cual da un
indicio de la siniestra influencia sobre los adolescentes del jazz que se
compone exclusivamente de disonancias.
Algunos escritores denuncian que la música moderna nació en 1913 con el
Rito de la Primavera de Stravinsky, estrenada en París. A ambos Stravinsky y
Schoenberg se les ha asignado la distinción de ser los padres de la música
moderna. Cada uno de ellos ha creado muchas raras y extravagantes
combinaciones fuera de la escala convencional, a la vez que el último ha
producido su propia escala de doce tonos. Estos dos compositores
modernos hacen uso excesivo de disonancias, en que una mente
materialista pierde completamente el contacto con el conocimiento
poseído por los primeros músicos religiosos en cuanto a la influencia
siniestra de las disonancias.
Stravinsky y Schoenberg permanecen en el umbral de la Nueva Era y su
música parece estar buscando a ciegas una respuesta para el significado
y propósito de la vida. Pero la respuesta que ellos buscan aun no sido
encontrada, así su música deja al oyente inquieto y con frecuencia llenos
de un sentimiento de profunda decepción. Aunque son talentosos no han
sido capaces de traspasar el delgado velo que divide lo visto de lo no visto,
lo real de lo irreal; pero Schoebgerg trató de rasgar este velo en su
“Transfiguración”.
La obra de Stravinsky probablemente alcanzó su climax en su “Sinfonía de
los Salmos”. Es aquí donde parece haber tocado ese Algo superior que ha
estado buscando en todas sus otras obras. Esta composición, escrita para
conmemorar el quincuagésimo aniversario de la Orquesta Filarmónica de
Boston, se divide en tres partes, la primera de la cual se centra en el Salmo
treinta y tres, y es una oración para protección y socorro. La segunda parte
se centra en el Salmo treinta y nueve y es una oración de acción de
gracias por haber alcanzado la Luz. A la tercera parte le concierne el
Salmo ciento cincuenta y de principio a fin es un gran aleluya en
glorificación del logro espiritual supremo descrito por este Salmo.
Un compositor moderno quien ha hecho el ascenso y ha sido capaz de
llevar mucha de la magia y poder de la música celestial a sus
composiciones es Claude Debussy. El lo ha demostrado bellamente en su
partitura para la versión operática de “Pélleas y Mélisande del dramaturgo
belga Maurice Maeterlinck”. La música es tan tenue, tan místicamente
hermosa, que el oyente a menudo queda atrapado en el éxtasis de una
singular alegría y otras veces es llevado al mismo borde de las lágrimas.
Como lo mencionamos en otra parte de este volumen, cada actividad de
la naturaleza tiene su propio acompañamiento musical. Sólo cuando se
tiene ojos para ver y oídos para escuchar uno empieza a comprender algo
de las majestuosas leyes de la naturaleza y de su armonioso
funcionamiento. Sólo entonces se entiende que “La Naturaleza es Dios en
manifestación”.
En la música de “Pélleas y Mélisande, Debussy describe una bruma
saliendo del mar. Para este pasaje él usa la nota clave de los espíritus
invisibles de la naturaleza que armonizan con el mar y realizan sus
actividades en el elemento acuoso. Otra vez, usa las disonancias para
describir las oscuras fuerzas enemigas que acechan en la caverna donde
Pélleas y Mélisande buscan su anillo nupcial perdido. Después hay un
canto de muerte exquisitamente trémulo mientras el dócil espíritu de
Mélisande rompe su frágil vínculo terrenal y asciende a los reinos superiores
más felices. La muerte siempre va acompañada de su propia música, pero
sólo el músico que puede escuchar entre las esferas internas y externas, y
cuya sensibilidad lo habilita para registrar el canto celestial, puede
transcribirlo para el oído humano.
La partitura de “Pélleas y Mélisande” es música perteneciente a la Nueva
Era. Anuncia a eso que ha de ser; eso que elevará al hombre de lo
mundano a lo celestial, de lo mortal a lo inmortal. Habrá una transferencia
gradual de valores desde el mundo terrestre en donde están ahora
centrados para el divino mundo arquetipal. Debussy lo ha hecho así en la
partitura de “Pélleas y Mélisande” en la cual ha dado a la humanidad la
verdadera música metafísica.
* * *
LA MÚSICA
nota clave de la evolución humana
por
Corinne Heline
Traducido por el
Centro fraternal Rosacruz de Santiago,
Chile
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