CLAVE NÚMERO SEIS
La Crucifixión
El Bautismo anunció el comienzo del ministerio del Señor Cristo para la Tierra y para el hombre; mientras que la Crucifixión marcó el momento más importante de dicho ministerio. En la Crucifixión, el que vino como mediador entre los cielos y este plano, penetró en el corazón de la Tierra y se convirtió en su Espíritu Interno. Desde entonces Su ministerio ha sido, tanto desde dentro como desde la esfera exterior. El corazón de la Tierra es Su centro planetario. Cada año, la fuerza de Cristo penetra en ella con crecientes intensidad y volumen, haciéndosele cada vez más fácil encontrar un habitáculo en el corazón humano. Esta fue la maravillosa revelación que le sobrevino a San Pablo camino de Damasco y que él luego incorporó a las enseñanzas que impartió a sus discípulos.
Los que aseguran que Cristo, como persona, nunca vivió, que Su vida no es sino un recurso simbólico del Sendero de la Iniciación, y que la Crucifixión es también simbólica, no conocen lo verdaderamente esencial de la cristiandad esotérica o mística.
Mil años con el Señor no son sino como un solo día. En el Segundo Día de la Creación a que se refiere el Génesis (Período Solar), los arcángeles estaban pasando por una etapa de su evolución, similar a nuestra actual condición humana. Sus vehículos más densos eran de materia de deseos o astral (el cuerpo etérico no se hizo manifiesto hasta el siguiente Período, el Lunar; mientras que el cuerpo físico no lo hizo hasta el presente Período Terrestre). Cristo era el jefe de esa oleada de vida arcangélica, y era el guardián de la Tierra en formación. Tuvieron que pasar eones hasta que el planeta estuvo preparado para albergarlo en su mismo centro.
Cuando el sol pasaba, por precesión, por el signo de Aries, el Cordero vino como el Buen Pastor para las ovejas que se habían extraviado. Cuando el sol pasaba, por precesión, por el signo de Libra, hace aproximadamente diez mil años, comenzaron los preparativos para Su venida. Se enviaron Maestros iniciados a las diferentes partes del mundo, todos con un mensaje similar: Formar un círculo íntimo de discípulos para ese glorioso acontecimiento: La venida de la Luz del Sol, que había de convertirse en la Luz del Mundo. A medida que pasaba el tiempo, la preparación se fue haciendo más definida. A China llegó Lao Tsé y la adoración de Kwan Yin, que representa la Divinidad Femenina. En Egipto, la adoración se centró en Osiris e Isis; en Babilonia, en Izdubar e Istar; en Grecia, en Apolo y Atenea; en la
India, Buda y su madre Maya; en Persia, Zoroastro y Ainyahita; y, finalmente, en Palestina, Jesús y la Virgen María. A lo largo de las edades, esos discípulos que eran conscientes de "la encarnación por venir", estuvieron preparándola. Y no fueron menos, entre ellos, los tres Magos de Oriente.
San Agustín recoció esa preparación, edad tras edad, para la venida de Cristo.
Dice: "Lo que hoy se denomina religión cristiana existía entre los antiguos y nunca cesó de existir, desde el origen de la raza humana hasta que el mismo Cristo llegó, y el hombre comenzó a llamar cristianismo a la verdadera religión que ya existía antes" El Cristianismo continuó donde las revelaciones previas se habían quedado.
Existía una íntima relación entre los Misterios Cristianos primitivos y los Misterios de Mitra, en Persia. Se dice que Tertuliano había sido iniciado de la Escuela Persa antes de contactar el cristianismo. San Jerónimo, por su parte, escribe sobre esos misterios con tal conocimiento que es muy probable que perteneciera a su círculo íntimo. Como en todas las escuelas esotéricas, los Misterios de Mitra constaban de siete grados. Los siete grados eran nombres simbólicos de adquisiciones específicas. El Primer Grado, que siempre trata del dominio por el hombre de su naturaleza inferior, se conocía como El Cuervo. El Segundo era El Ocultista; el Tercero, El Guerrero; el Cuarto, El León. El Quinto era el más
importante y el más profundo en sus efectos. A esas alturas el Iniciado había ya adquirido completo autodominio y se le daba el nombre del país al cual pertenecía.
Por eso, en la Escuela de Mitra, a un iniciado de Quinto Grado se le llamaba El Persa.
Rudolf Steiner dice lo siguiente sobre este Quinto Grado: "En el Quinto Grado el neófito ya estaba preparado para una ampliación de conciencia que le iba a proporcionar el convertirse en el guardián espiritual de su pueblo, cuyo nombre le era conferido. Un Iniciado de Quinto Grado era elevado a una esfera en la que participaba en la vida arcangélica. Para capacitar a los arcángeles para dirigir correctamente a un pueblo, hay que ser un Iniciado de Quinto Grado. Estos Iniciados eran intermediarios entre los líderes del pueblo y el pueblo mismo".
Con la venida de Cristo, los Misterios asumieron una forma más exaltada que nunca hasta entonces, porque en la Escuela de Misterios Cristiana, las sublimes enseñanzas de Cristo se sumaron a las de los Antiguos Misterios. Estos Misterios incrementados serán la piedra angular de la nueva religión de Acuario. Como se ha dicho ya, el nombre iniciático de San Juan fue Lázaro y él fue el primero en ser iniciado en estos sublimes Misterios. Mediante ellos, venció a la muerte y abrió las puertas de la inmortalidad, y quienes sigan sus pasos podrán entrar en el glorioso privilegio de ser uno de los discípulos que Cristo mantiene junto a Su corazón.
Durante el intervalo entre la Crucifixión y la Resurrección, Cristo trabajó para purificar el cuerpo de deseos (astral) del Planeta, un cuerpo que la Humanidad había de tal modo infestado de mal, que la evolución del hombre se estaba retardando enormemente. Ya no había sustancia de deseos apropiada para formar cuerpos astrales puros. La oscura capa miasmática que rodeaba la tierra creaba unas condiciones que hacían que muchas personas fuesen presa fácil de entidades obsesoras pegadas a la tierra, a las que la Biblia llama "malos espíritus" que hay que expulsar.
En el momento de la Crucifixión Cristo rasgó el velo del Templo de la Iniciación, haciéndola posible para "cualquiera que desee venir" y compartir las aguas de la vida eterna. Esto está bellamente simbolizado por la afirmación bíblica de que "el velo del Templo se partió en dos". Como se ha dicho antes, a la luz del cristianismo esotérico está claro que la misión de Cristo no concluyó con la Crucifixión. Entonces fue cuando Él, verdaderamente, se convirtió en el Cristo Planetario.
En el Equinoccio de Otoño de cada año Él reencarna en la esfera física terrestre y trabaja en ella durante los seis meses en los que el Sol pasa por los signos zodiacales situados por debajo del ecuador. Entonces limpia y purifica la envoltura astral del planeta, en cuya labor le asisten Miguel y sus huestes de arcángeles. Así, año tras año, los hombres pueden incorporar a sus cuerpos físicos material de deseos cada vez más puro. Desde el tiempo de Pascua hasta el Equinoccio de Otoño, mientras el Sol transita por los signos al norte del ecuador, el Señor Cristo trabaja en la envoltura espiritual de la Tierra, impregnándola de fuerzas espirituales elevadas provenientes de las Jerarquías Zodiacales que rodean el sistema solar. Este es el proceso cósmico mediante el que está siendo confeccionado el "dorado vestido de bodas" de la Tierra.
Nunca jamás volverá Cristo a descender a un cuerpo físico para caminar entre los hombres. En adelante, Su actividad se centrará en el plano etérico, bíblicamente conocido como el Jardín del Edén. Los que sirvan con Él en esta edénica morada habrán tejido su propio "vestido de bodas"; en otras palabras, habrán construido cuerpos etéricos capaces de funcionar en el plano etérico. Un tal vehículo sólo puede confeccionarse de una manera: Mediante la dedicación de uno mismo al servicio de los demás.
Cuando la Humanidad se haga crística, los elementos físicos de la Tierra se irán progresivamente refinando hasta que toda la raza, literalmente "viva, se mueva y tenga su ser" en el plano etérico. Entonces se cumplirá el propósito para el que este planeta nació. Cristo habrá completado Su sublime misión y una raza crística vivirá entre las glorias de "un nuevo cielo y una nueva Tierra".
El del Gólgota fue el momento más importante de todos los acontecimientos mundiales. Se sitúa entre los nueve Pequeños Misterios precristianos y los cuatro Grandes Misterios establecidos por el propio Señor. Cuando las escuelas de Misterios precristianas enseñaban a sus discípulos a prepararse para "el Gran Uno que había de venir", las enseñanzas iban acompañadas por la visión de un hombre clavado a una cruz. Cuando la sangre de Cristo fluyó en el Gólgota, se convirtió en el Señor interno de la Tierra, a la vez que el Señor de los cielos. Como tal espíritu interno está en más íntimo contacto con toda la Humanidad. Ello hace más fácil para los seres humanos el despertar el principio crístico residente en su interior. En la medida en que los hombres aprendan a activar ese principio, irán adquiriendo el carácter de salvadores del mundo y compartirán con Cristo Su trabajo redentor. Y, consecuentemente, se convertirán en precursores de Su segunda venida.
El arcángel Miguel, mensajero jefe del bendito Señor, tiene por misión el proporcionar a los pioneros de la Nueva Edad una más profunda comprensión del Cristo Cósmico en relación, tanto con la Humanidad como con el Planeta, así como del papel desarrollado por el Cristo Planetario en la evolución de la Humanidad. La comprensión de esto será básica en la religión de la Nueva Edad.
Quizás la fase más importante del acontecimiento del Gólgota fue la demostración dada por Cristo al hombre de que el amor es una fuerza, un poder. El hombre había considerado mucho tiempo al amor como una pasión, un sentimiento o un ideal; pero Cristo demostró cómo el poder del amor puede hacer milagros. Es el poder lo que hace que la Tierra gire sobre su eje y describa su órbita alrededor del sol. La "ley de atracción" de que hablan los astrónomos no es sino otro nombre del poder del amor.
El Señor Cristo utilizó ese poder cuando dejó el plano de los arcángeles para convertirse en Regente de la Tierra; y luego, cuando hizo el sacrificio del Gólgota en beneficio de los hombres. Y continúa haciéndolo cuando Su brillante presencia queda aprisionada en el interior del Planeta durante seis meses cada año, para renovar sus fuerzas y producir la redención de la raza. Sin duda alguna, la definición más exacta del poder del amor se encuentra en sus propias palabras: "No hay amor más grande que el de aquél que da la vida por sus amigos".
Aquellos que quieran convertirse en pioneros en el trabajo del establecimiento por el Señor de la Nueva Galilea, han de incorporar el poder del amor de su interior, viviendo vidas de tal pureza y servicio inegoísta que los califiquen para asumir la dirección de la Tierra y continuar la redención de la Humanidad. Sólo mediante tal servicio podrá Cristo ser liberado de Su voluntario lazo con la mortalidad y podrá volver a ascender a su hogar arcangélico en el que Él es el supremo iniciado.
EL MISTERIO DE LOS CRISTOS
Corinne Heline
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario