CAPÍTULO XXXVIII
EL CRISTO MÍSTICO
Que Cristo se forme en vosotros.
Cristo en vosotros, la esperanza es de gloria.
San Pablo
Jesús, el Avatar sirio... dijo a Sus seguidores cómo y qué debían hacer para seguir Su camino, de modo que pudiesen llegar a ser como Él era; Él que estaba tan lejos como la sabiduría y el poder; pues en el corazón de cada ser humano hay una divinidad, su propio dios interno, que los cristianos, en un cambio místico de mentalidad, llaman el Cristo inmanente.
Nuestras doctrinas nos hablan de una larga línea de tales Maestros, cada uno de los cuales se hizo uno con su divinidad interna, con el dios interior, el Cristo inmanente, el Buda íntimo; y, habiéndose aunado así con su divinidad interna, alcanzaron todo el conocimiento necesario, porque ellos lo veían y por ello podían enseñar la verdad.
Dr. G. de Purucker en La Historia de Jesús
El espíritu de Dios cae sobre mí, como la gota de rocío sobre una rosa,
Pero si yo, como la rosa, le abro mi corazón;
El alma en la que Dios habita, - ¿qué templo sería más santo? -
Se convierte en un habitáculo ambulante de celeste majestad.
En toda la eternidad no podría haber un tono más dulce,
Que el batir del corazón humano al unísono con Dios.
¡Detente!. ¿Hacia dónde corres?. Sabe que el cielo está en ti;
Busca a Dios en cualquier otra parte y nunca verás Su rostro.
¡Mira! En la noche callada le ha nacido un niño a Dios,
Y ha sido vuelto al revés todo lo que estuvo perdido.
Si tu alma pudiese, pues, transformarse en una noche callada,
Dios nacería en ti y todo volvería a ser perfecto.
Aunque Cristo naciese mil veces en Belén
Y no dentro de ti mismo, tu alma estaría perdida.
En vano miras la cruz del Gólgota
Si no se levanta también en ti mismo.
Ángel Silesio
El misterio de Cristo es cuádruple. En primer lugar, está el Cristo en el Sol, que ha sido el Señor y Director de todas las grandes religiones de la Tierra. En segundo término, está el Cristo que encarnó en la Tierra en el momento del Bautismo de Jesús y que, en el culminante día de Su sacrificio en el Gólgota, se convirtió en su espíritu planetario interno. Luego está el Cristo que ha de nacer dentro de cada hombre. Y, por fin, está el Cristo Histórico. Y fue a este cuádruple Misterio Crístico al que se refería Pablo al decir: "Mirad, que os muestro un misterio".
Este misterio cuádruple está bajo la guía de la Santísima Trinidad. El Cristo en el Sol está bajo la guía del Señor Dios (el Padre). El Cristo que se encarnó en el Bautismo está bajo la dirección del Hijo, el Cristo Cósmico. El Cristo que ha de nacer en el hombre está bajo la guía del Espíritu Santo. El Espíritu Santo ha sido siempre el gran misterio de la Trinidad. La Humanidad de la Nueva Edad irá incrementando sus conocimientos sobre la extensión de Su naturaleza y Su trabajo.
La próxima etapa importante en la evolución humana es el nacimiento de Cristo en el hombre. El trabajo encaminado a ese nacimiento está causando muchas desarmonías, intranquilidades y desórdenes. Ningún hombre puede ser pionero de la nueva raza hasta que Cristo haya nacido dentro de él mismo. La llamada lanzada por el Espíritu Santo a todos los que ya están preparados y deseando escucharla es para la completa dedicación al servicio del Señor Cristo. Esa es la misión del Espíritu Santo relativa a los cristianos de la nueva raza y que hizo declarar al Señor: "Si yo no me voy, el Confortador no vendrá a vosotros; pero si yo me voy, yo os lo enviaré... y Él os mostrará las cosas por venir".
Desde el momento en que el Espíritu Santo activó el principio crístico en el interior de los Discípulos, ellos pensaron sólo pensamientos crísticos, hablaron sólo palabras crísticas e hicieron sólo obras crísticas. Aquellos hombres que habían sido tímidos y cobardes, se hicieron valientes. Tomás ya no dudó; Pedro ya no temió; Juan dejó de permanecer alejado y, ni las persecuciones, ni las cárceles, ni siquiera la muerte, pudieron disuadirlos. Su único objetivo en la vida fue servir al Señor Cristo y seguir Sus caminos.
Un día, cuando Pedro y Juan se retiraron al templo a orar, en la "puerta Hermosa", llegaron junto a un hombre lisiado de nacimiento. Pedro le dijo: "Oro y plata no tengo; pero lo que tengo, te lo doy". Inmediatamente las fuerzas volvieron a los tobillos y pies de aquel hombre y, levantándose, entró con ellos en el templo con grandes muestras de alegría. Pedro y Juan recordaron las palabras de Cristo durante Sus últimos días junto a ellos, cuando dijo del Espíritu Santo:" Él manifestará mi gloria porque tomará de lo mío y os lo mostrará". (Juan 16:14).
La gloria del Cristo despertado en su interior brillaba alrededor de sus cabezas como un halo de luz dorada. En el elevado estado de conciencia que alcanzaron no había diferencias ni desarmonías, porque habitaban en la realización de la unidad eterna. Por eso entendían todo los idiomas y podían hablar en todas las lenguas.
Comprendían igualmente el profundo significado de las palabras que Cristo les había dirigido: "Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os irá guiando en la verdad toda". (Juan 16:13). Los discípulos se habían convertido, literalmente, en superhombres u hombres-dioses.
Tal es el significado del místico Cristo Interno, ese elevado nivel percibido por San Pablo cuando escribió a los Gálatas (4:20): "Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros". Este Cristo Místico es la divinidad que está latente en cada ser humano. El Verbo, el Cristo Cósmico, se hizo carne y habita dentro de toda la creación. Esta realización de la unidad de toda la vida da nuevo significado a la Paternidad de Dios y a la hermandad de los hombres.
El conocido escritor y poeta americano Henry van Dyke expresó con estas hermosas líneas la inmanencia de la realidad Crística:
Nunca más tendrás que buscarme.
Estoy contigo para siempre;
Levanta la piedra y me encontrarás,
Hiende la madera y yo estaré allí.
Esta inmanencia de Cristo será la enseñanza fundamental de la Nueva Edad.
Es significativo llamar la atención sobre el hecho de que las iglesias liberales y los grupos universales que buscan la verdad, basados en la Nueva Edad, resaltan sobre cualquier otra cosa el despertar del principio crístico dentro de cada individuo. Pero, ¿cómo se puede esto llevar a cabo?.
La perfección del cuerpo físico está basada en la supervivencia del más apto.
El crecimiento del cuerpo-alma está basado en la ley del sacrificio. En tiempos pasados, al hombre se le enseñó a sacrificar sus posesiones materiales. Existen instrucción tras instrucción en el Antiguo Testamento para que entregasen los primogénitos de sus rebaños y los colocasen en el altar de los sacrificios. Aún hoy, muchas iglesias imponen a sus seguidores la ley del diezmo. Sin embargo, los místicos cristianos comprenden que esa ley ha de abandonarse; ellos han de aprender a colocarse ellos mismos sobre el altar como ofrenda sacrificial.
El despertar del Cristo interno, como todos los procesos de nacimiento, es lento y gradual. Primero, el aspirante ha de hacer su dedicación al ideal de Cristo. Si es serio y sincero en esta dedicación, se encontrará a sí mismo adquiriendo mayor sintonía con ese ideal. Le resultará más fácil pensar pensamientos crísticos y pronunciar palabras y realizar actos a tenor de una vida crística. Será consciente de una sensación de bienestar que no había sentido nunca; la misma sensación que alcanzaron los primeros cristianos, incluso en las oscuras catacumbas y enfrentándose a la persecución y a la muerte. Por otra parte, el despertar del Cristo Interno tiene compensaciones que ninguna condición o circunstancia humana puede destruir. Ni pueden ser desequilibrados, quienes lo experimentan, por posesiones materiales.
Preparando Su segunda venida, el Señor Cristo está acercándose más y más a la Tierra. En algunos momentos está en el plano etérico, inmediatamente sobre el plano físico, y muchas almas avanzadas están haciéndose conscientes de la bendiciones que se derivan de Su proximidad. Algunos hay que se han sentido inclinados a arrodillarse en adoración y homenaje ante Él y escuchar los tonos de Su bendita voz. Esto ocurre a veces en momentos en que el cuerpo físico está en reposo y durmiendo. Pero también puede una persona ser objeto de un rapto de exaltación de conciencia durante las horas de un día ajetreado. Lo cual puede ocurrir para fortalecerla antes de enfrentarse a una crisis o para mitigar determinadas y profundas agonías. Cualquiera que sea el motivo y ocurra cuando ocurra, la vida ya no puede ser la misma para esa persona tras el momento de esa Sublime Presencia. Cualquier cosa que haga, llevará el sello de la divinidad y estará permanentemente motivada por el deseo de mayores oportunidades de servir "en Su nombre".
Las actividades de una persona así de afortunada continuarán hasta que la muerte pierda su aguijón con la comprobación de que no es sino un tránsito desde el plano físico al etérico. Entonces descubrirá que mientras vivía en el plano físico era libre de servir en el plano superior y que, tras el paso llamado muerte, vive en el mundo etérico, pero sigue siendo libre de trabajar en el mundo físico. Aprende así que esta vida y "la otra" son dos aspectos de un grande y glorioso todo, del cual el Señor Cristo es, a la vez, el centro y la circunferencia.
La puerta de otra era está abierta: La era del alma; El reinado de Dios en el hombre; el Evangelio Acuario. El sendero de la búsqueda conduce desde lo que está fuera hacia lo que vive dentro. Y revela, escalón tras escalón, la vida oculta que cada forma y símbolo vela. Le asigna al aspirante determinados trabajos que le conducen a la comprensión y le producen una sabiduría que satisface sus más profundas necesidades.
Alice Bailey
A lo largo de las páginas de la INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA DE LA NUEVA EDAD se ha hecho frecuente referencia al Sendero de la Iniciación que sigue la línea de los principales acontecimientos de la vida del Señor Cristo desde Su Nacimiento hasta Su Resurrección y Ascensión. La misma interpretación se ha empleado extensamente en este volumen relativo a los cuatro aspectos de Cristo: El Cósmico, el Planetario, el Histórico y el Místico. El último es el más importante en cuanto al humano desarrollo, ya que se refiere al Cristo Interno.
El Sagrado Nacimiento se refiere al principio crístico despertado en el hombre.
Cuando este nuevo nacimiento tiene lugar en un individuo, un nuevo y tremendo poder emana de su mente y un inmenso amor radia desde su corazón. Los valores humanos se invierten completamente. Los intereses del hombre medio están centrados en el lado objetivo de la vida. Pero, tras el despertar del Cristo interno, esos intereses se centran especialmente en el lado subjetivo. Entonces uno comprende mejor las palabras de San Pablo: "Las cosas que se ven, son temporales; pero las cosas que no se ven, son eternas".
Con la Presentación en el Templo del neófito, una ocasión para la consagración y la dedicación, la fuerza de su Cristo interno es vivificada, fortalecida y aumentada. Esta consecución es seguida por la Huída a Egipto, ya que el Sendero del Discipulado está siempre alternativamente perlado de sol y nubes. Longfellow, el amado poeta, expresó así la idea:
En cada vida ha de caer algo de lluvia,
y algún día ha de ser nublado y triste.
Entonces el hombre puede enfrentar el dolor con la misma fortaleza con que enfrenta la alegría; y aprende la lección a la que San Pablo se refería al decir: "Ninguna de estas cosas me conmueve". Si una persona es sincera y honesta en su autoexamen y su autoanálisis, reconocerá que las lecciones más valiosas las aprendió en los momentos más sombríos de su vida y no en los más radiantes.
Una vez superada la prueba en Egipto, el siguiente paso es el Retorno a Nazaret. El aspirante, en compañía de los ángeles, es conducido a Nazaret para crecer en fortaleza y conocimiento.
Mediante la Enseñanza en el Templo, el Cristo interno se convierte en la fuerza dominante de su vida. "Debido a la abundancia de corazón, la boca habló".
Entonces su mayor deseo es el compartir su inconmensurable realización interior con todos los que deseen recibirla. Tan pronto como se haga acreedor a ello, dispondrá de las oportunidades y de la habilidad necesarias para comunicar su conocimiento espiritual.
Mediante el Rito del Bautismo, la fuerza espiritualizada de la mente y el amor radiante del corazón se juntan en una divina identificación. El nacimiento del Cristo interno se ha completado y el aspirante es ya un individuo crístico. El Bautismo anuncia el comienzo de una nueva vida, una vida en la que la personalidad es secundaria porque la conciencia crística reina suprema. La cabeza del ahora iluminado se corona por un halo de luz cuando la blanca paloma del Espíritu Santo se posa sobre él bendiciéndolo, mientras la voz de Dios declara: "Este es mi hijo muy amado en el cual me complazco". San Pablo, que holló este sendero, supo así que "Dios mitiga el viento para la oveja esquilada". Quien analice sus etapas, comprobará que esto es cierto.
Tras el Sagrado nacimiento y la Presentación en el Templo, viene la prueba de la Huída a Egipto. Sigue el Retorno a Nazaret que, a su vez, conduce a la etapas superiores de la Enseñanza en el Templo y del Rito del Bautismo. Cuanto más grande la consecución, más sutil es la tentación. Cuanto más estrecho es el Sendero, más empinado se hace. El Rito del Bautismo es seguido por la prueba más difícil de las enfrentadas hasta entonces: La conocida como la Gran Tentación.
Cuando las energías de la cabeza y del corazón permanecen unidas en armónica fusión, se desata en el aspirante una dinámica fuerza de atracción. Esta fuerza actúa en los planos físico, espiritual y mental y el discípulo se hace plenamente consciente del significado de la promesa de Cristo: "Cualquier cosa que me pidáis, yo os la daré". Sabiendo que ese poder es ahora suyo, se ha de enfrentar a una disyuntiva terrible: ¿Empleará ese poder para atraer hacia sí los placeres y comodidades, la opulencia, la adulación y la prominencia que pone a su alcance, o dará la espalda a tales sugestiones y se conformará con dedicarse a una vida inegoísta, utilizando su poder para la redención del hombre y para la perfección del reino de Dios en la tierra?. Éste es el punto en que el Sendero se estrecha al máximo.
Desgraciadamente, muchos que han intentado seriamente el ascenso, dan la vuelta aquí y dejan de caminar con Cristo. Porque, incluso las almas valientes que han salido victoriosas, han de repetir continuamente, como hizo Cristo, aquello de:
"Apártate de mí, Satanás".
Una vez demostrado que posee el valor suficiente para pasar con éxito la Gran Tentación, el aspirante está preparado para un rito denominado La Transfiguración, una consecución seguida por la elevadísima exaltación del Festival del Amor.
Mediante este rito, pasa a la vida eterna. Su mente está de tal modo espiritualizada y su corazón de tal modo iluminado que, literalmente, piensa con el corazón y ama con la mente. Es, por tanto, digno de tomar parte en el Festival del Amor. Las esencias de estos exaltados mente y corazón, el pan y el vino del Festival, trascienden el tiempo y el espacio; pueden ser enviadas a los más lejanos confines de la tierra con el fin de bendecir y sanar. Mediante esas esencias desarrolladas en su interior, los discípulos fueron instruidos por el Señor Cristo para consagrar y espiritualizar esos elementos (pan y vino) y utilizarlos para la elevación de su hermano el hombre. Esto aclara el significado de Sus palabras: "Yo soy el pan de vida", "mi sangre es el agua de la vida eterna", y otras similares.
Cuando pasa la experiencia de la Transfiguración, el aspirante alcanza la cima del desarrollo humano. Entonces puede ya irradiar el poder espiritual dinámico en él engendrado, como una gran luz, tanto si trabaja en el plano físico como si lo hace en el plano mental o en el espiritual. Su luz ya no está "oculta bajo el celemín".
Habiendo alcanzado el grado supremo de su desarrollo, está preparado - o debería estarlo - para la prueba formidable de Getsemaní.
Es cierto que el Sendero del Discipulado es largo y arduo. Se requieren muchos años, incluso muchas vidas para alcanzar la última meta. Y, alcanzada ésta, debe renunciarse a todo. Cualquier fama, prestigio, respeto o poder que el discípulo haya adquirido, debe ser dado de lado. Ha de estar dispuesto a descender a la oscuridad y a declarar como Cristo : "Yo sólo no puedo nada". Cuando el Señor permitió ser conducido a Getsemaní y, luego, ser clavado en la cruz, tanto Él mismo como Su misión, se convirtieron en sendos fracasos para los hombres. De hecho, así se consideraron hasta por Sus más íntimos seguidores. Proporcionalmente, a pocos individuos se les exige enfrentarse a esta prueba, ya que son pocos los que alcanzan el punto en que se hace necesaria. El Getsemaní de Abraham fue la demanda de que sacrificase a su hijo Isaac. Y sólo cuando estuvo dispuesto a esa renuncia suprema, fue digno y pudo caminar y hablar con los ángeles.
La renuncia absoluta y el inegoísmo total han sido exigencias, tanto en los tiempos antiguos como en los modernos, para todos los que pretenden hollar el Sendero del Discipulado. Frecuentemente, durante las pruebas experimentadas, un discípulo repite el ruego de Cristo: "Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz". Si triunfa, sin embargo, añadirá: "No obstante, que no se haga mi voluntad, sino la Tuya".
Tras Getsemaní viene la Crucifixión, que es un rito, tanto de pena y dolor como de glorificación. El discípulo, que ha renunciado a todo, se encuentra con que lo ha ganado todo. Los poderes del cielo y de la tierra hacen también su postura en la subasta de la vida. Una ley fundamental del desarrollo oculto y que Cristo enseñó a Sus discípulos, establece que "Al que tenga, se le dará... pero al que no tenga, hasta lo que tenga se le quitará".
La Resurrección y la Ascensión son las etapas finales del ascenso a la Gran Luz. Quien las sobrepasa, queda realmente "cristificado". Y se reunirá con el Señor en el éter en el momento de Su segunda venida y le servirá hasta el fin de la era en un exaltado estado de inmortalidad consciente.
Espíritu de inmortal belleza, Sol de inmarcesible amor, enseña a la humanidad a conocerte en Tus mundos y, conociéndote a Ti, a ver Tu trabajo artesanal en el pétalo de la flor, la rama perfumada, y la voz canora, y en el dibujo intrincado y delicado del escarabajo, la serpiente o el pájaro; y enséñale finalmente a encontrarte en sí misma, gloria trascendente del hombre, hecha Dios.
Mary Gray
La Interpretación de la Biblia de la Nueva Edad está centrara en la enseñanza fundamental de que el Señor Cristo vino a la tierra como el Supremo Indicador del Camino para toda la humanidad. Su propósito fue el enseñar al hombre cómo despertar al Cristo interno en su propio ser, pues, como San Pablo afirma, todos somos Cristos en formación. Los acontecimientos principales de la permanencia del Señor en la Tierra representan las principales lecciones para el alma, que cada uno debe aprender para desarrollar su latente divinidad. No hubiera sido necesario que Cristo pasase por todas esas experiencias, pero Él eligió hacerlo así para demostrar que el hombre puede enfrentarlas y salir victorioso. Se nos ha dado, pues, el modelo perfecto. San Pablo dijo del Señor: "Fue tentado en los mismos puntos, en que nosotros somos tentados, pero sin pecado".
El Sendero del Discipulado es áspero y escarpado. Sin embargo, cuando un buscador despierto se hace consciente del Cristo interno, nada de esta vida que no esté relacionado con esa búsqueda tiene ya valor para él. Una vez ha participado del alimento celestial, todas las delicias del mundo juntas resultan totalmente insípidas, puesto que comprende el verdadero sentido de las palabras de nuestro bendito Señor:
"Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis" y "El que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed".
San Juan, el más elevado Iniciado de la Dispensación del Nuevo Testamento, también se refirió así a la consecución de Cristo:
Amigos míos, hijos de Dios lo somos ya, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser.
I Juan 3:2
El Señor Cristo se ha dedicado al trascendente servicio de guiar a la Humanidad a su estado sobrenatural. Por eso los místicos cristianos ven un profundo significado en la más reconfortante de Sus promesas:
Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo.
EL MISTERIO DE LOS CRISTOS
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