CAPÍTULO XVI
El Rito de la Resurrección es el Rito de la vida impersonal. Durante la experiencia de la Muerte Mística, el discípulo se conciencia de las ilusiones de la materia y de las limitaciones de la vida finita. La conciencia de la Resurrección produce la comprobación de la unidad de toda la vida en Dios. La piedra de separación ha sido removida. Por eso, quien ha pasado por esta sublime experiencia, sabe que ningún daño puede afectar a una `parte sin herir al todo, y que nada bueno puede suceder a uno sin que, al mismo tiempo, beneficie a todos.
Quien llega a conocer la gloria de la resurrección no puede ya herir o matar, ni siquiera a sus hermanos menores del reino animal, puesto que ellos también son expresión viviente de la misma vida que vive y se mueve y tiene su ser en el hombre.
Con la conciencia de la resurrección, la pasión del cuerpo de deseos no regenerado se convierte en compasión del espíritu, que todo lo abarca. El recién nacido es bañado en la dorada refulgencia del Cristo Resucitado, y se hace uno con Él, en la comprobación de que la muerte se ha ido convirtiendo en la victoria de la vida eterna.
La meditación sobre la trascendental experiencia de la Resurrección proporciona una mayor comprensión y reverencia por el significado interno de aquel saludo que los cristianos esotéricos se dirigían, durante la radiación del amanecer de Pascua, a la luz de su propia iluminación interior: "Cristo es nuestra Luz".
Durante los años siguientes, la noche del Sábado Santo y la mañana del día de Pascua fueron tiempos de Iniciación para las almas avanzadas, cuyas vidas y obras se mencionan en los Evangelios. Y debe haber habido otros muchos, no mencionados, a tenor de las palabras del Evangelio de Juan: "Muchas otras cosas hizo Jesús en presencia de Sus discípulos, que no están escritas en este libro". Aún más tarde, San Gregorio escribió un hermoso himno describiendo la santa dedicación de María a la mística salida del sol, mientras que, antiguas leyendas aseguran que fue a ella a quien el recién resucitado Maestro se le apareció en primer lugar.
María, la Virgen, pasó por el Tercer Grado o Grado del Maestro a los pies de la cruz; y María Magdalena, al amanecer del primer domingo de Pascua, cuando encontró al Maestro en el jardín.
En este grado, la conciencia es elevada a planos espirituales superiores. Ello es sólo posible bajo la supervisión de un Maestro. Por eso, antes de que tal elevación de conciencia se produjera, María no reconoció a su Maestro en Su resplandeciente cuerpo espiritual, y sólo cuando la ayudó a elevar gradualmente su conciencia a los planos en que Él estaba funcionando, lo reconoció en Su gloria trascendente. Fue entonces cuando ella se postró de rodillas, con humildad, y se dirigió a Él como "Raboni", que significa "elevadísimo Maestro".
LA TARDE DE PASCUA
En el Evangelio de Lucas se recuerda el memorable paseo hacia Emaús.
Cleofás, padre de Santiago (el Menor) y Judas (Tadeo), junto con otro de los discípulos, caminaban hacia el pequeño caserío, en las afueras de Jerusalén, cuando, repentinamente, se les apareció el Maestro y les acompañó a su casa, en la que bendijo su cena. Pero, hasta que partió el pan para ellos, no reconocieron Su verdadera identidad. En el ceremonial de la Última Cena, lo habían visto derramar Su radiante fuerza vital sobre el pan, hasta convertirlo en un luminoso foco de poder curativo. Esta segunda vez, partió el pan de la misma manera y por eso reconocieron que quien estaba entre ellos no era otro que el propio Cristo resucitado. Aunque no habían alcanzado el desarrollo suficiente para reconocerlo, al encontrarse con Él en el camino, sí se habían hecho acreedores, sin duda alguna, a caminar en Su presencia y compañía, y a reconocerlo en el nivel en que entonces funcionó. Inmediatamente, Cristo desapareció de su vista, y ellos se dirigieron, apresuradamente, a Jerusalén, a proclamar la gozosa noticia de Su aparición.
LA NOCHE DE PASCUA
La Noche de Pascua, los discípulos más íntimamente asociados al Maestro se reunieron en la Sala Superior, que aún vibraba con la fuerza en ella liberada durante la Santa Cena. Y, mientras recibían a los dos de Emaús y escuchaban, ansiosos, su gozoso relato, se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz sea con vosotros.
Mirad mis manos y mis pies" - y añadió - "Soy yo mismo". Todo esto no es sino una descripción críptica de lo que ocurrió. El Maestro estaba entonces enseñando a Sus discípulos cómo "soltar los clavos", por decirlo así, del cuerpo físico. Existen otros puntos en los que ambos cuerpos están ligados, pero los de las manos y los pies son los más difíciles de soltar. De ahí el dolor y las "sagradas heridas" o "Estigmas", en el lenguaje de la iglesia. Y, como el trabajo de separar el cuerpo etérico del físico pertenece al Tercer Grado, de Iluminación, está claro que los reunidos, a los que Cristo se apareció, estaban siendo preparados para este Grado de los Misterios Cristianos.
Tomás no estaba entre ellos. Aún no había alcanzado el Segundo Grado, de Clarividencia. Pero, el sábado siguiente, en la misma Sala Superior, a Tomás el incrédulo le ordenó Cristo, aparecido de nuevo, que metiese sus manos en las "huellas de los clavos". Hecho esto, creyó, o sea, tuvo conocimiento, de primera mano, que le abrió las puertas de la Iniciación del Segundo Grado.
EL LUNES SANTO
El lunes de Pascua, el Maestro se apareció, de nuevo, a Sus discípulos más avanzados, junto al Lago Tiberíades. Estaban en el grupo Pedro, Santiago, Juan, Natanael y Felipe. Pedro, al que se refiere este incidente, anunció su intención de pescar. Sus compañeros estuvieron de acuerdo y, subiendo a la barca, se hicieron a la mar. En toda la noche no pescaron nada. Al amanecer, vieron a Jesús, de pie, en la orilla. Dirigiéndose a ellos, les dijo: "Echad vuestra red a la derecha de la barca y pescaréis". Así lo hicieron y la pesca fue abundante. Cuando Pedro supo por Juan que era el Maestro quien estaba entre ellos, se arrojó al mar para ir a su encuentro y llevó luego la red, repleta de peces, a tierra.
Este incidente se recuerda en el capítulo veinte del Evangelio de San Juan, el más esotérico de todos los Evangelios, escrito por el más próximo y amado discípulo del Maestro. La experiencia en él descrita es toda espiritual y tuvo lugar en los planos internos. El mar simboliza el plano etérico y la barca, el cuerpo-alma, en el que el hombre funciona en dicho plano. El pez es el símbolo de los Misterios Ocultos o verdad esotérica. El número de peces capturados, 153, da el valor numerológico nueve, el número de la evolución del hombre, e indica que la Humanidad entera será salvada cuando el Cristo Cósmico sea universalmente reconocido como Salvador del Mundo.
Pedro estaba entonces recibiendo instrucciones para alcanzar el Tercer Grado o Grado del Maestro. A él y a los que con él se encontraban, les estaba enseñando el Maestro "cómo arrojar la red al lado derecho de la barca" o, en otras palabras, cómo sintonizarse con las corrientes de la derecha o positivas de la Tierra. Estas corrientes están bajo control de Mercurio, dios de la Sabiduría, regente de las emociones.
Entonces, nuevos discípulos quedaron investidos con los poderes del Grado del Maestro, que los capacitaron, en palabras del Evangelio de San Marcos, para arrojar demonios "en Mi nombre". Y hablarán nuevas lenguas, cogerán serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos (Marcos 16:18-19).
Desde el primer gran derramamiento de Fuego en Pentecostés, la Humanidad ha derivado, invariablemente, hacia el mundo del materialismo, en el que los poderes del espíritu se han hecho cada vez menos aparentes. Pero, desde su largo "entierro", están abocados a experimentar una resurrección universal en el Nuevo Día que ya está amaneciendo. Otro tiempo de "milagros" está ya a la vista; un segundo Pentecostés se acerca. De la urna de Acuario está siendo derramado sobre toda la Tierra un nuevo fuego del cielo, destinado a despertar a la Humanidad a nuevas realizaciones espirituales, y a crear las circunstancias que harán posible el retorno del Espíritu de Cristo, para completar la conciencia de los hombres, igual que se manifestó a Sus allegados durante los días de Su primera venida.
La Resurrección de Cristo no es sólo un acontecimiento histórico para mera celebración eclesiástica. Es un festival cósmico recurrente. Es un incremento anual, tanto físico como espiritual, de vida, para la experiencia presente y para el desarrollo futuro del hombre. Sólo cuando esa experiencia haya sido asimilada interiormente, podrá el hombre comprender el trascendental significado de los sagrados Misterios de Pascua.
EL MISTERIO DE LOS CRISTOS
Gracias Edgardo! Bendiciones!
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