CAPÍTULO XV
EL INTERVALO ENTRE EL VIERNES SANTO Y EL AMANECER
Alrededor del sepulcro vacío, línea tras línea y círculo tras círculo, se arremolinaban huestes de seres gloriosos. Eran las Jerarquías celestiales, que envuelven este universo, comenzando por los ángeles y arcángeles y terminando por los querubines y serafines. Todos cantaban triunfalmente: "Oh, muerte, ¿dónde está tu aguijón?. ¿Dónde está tu victoria?".
Estos mismos seres celestiales se reunieron alrededor del pesebre en Belén, la primera Nochebuena, cantando: "Paz en la Tierra y buena voluntad hacia los hombres". Entonces celebraban el hermoso día que trajo a Cristo Jesús a trabajar sobre la Tierra. En torno al sepulcro vacío, celebraban un día, aún más dichoso, que había traído a Cristo Jesús a trabajar sobre y en el interior de la Tierra, como su espíritu planetario interno, puesto que ahora sería capaz de actuar, tanto en el hombre, como en el Planeta, y no sólo desde fuera, sino también desde dentro.
Una antigua leyenda dice que la cruz del Gólgota se erigió, exactamente, en el centro de la Tierra y que aquel lugar era la tumba de Adán (humanidad primitiva), que sometió a la humanidad a la influencia de los Espíritus Luciferes y a la esclavitud de la muerte. El bendito Cristo Jesús vino para enseñar al hombre cómo vencer esa influencia luciferina y liberarse de la exigencia de la muerte.
Junto al sepulcro, el enorme conjunto de exaltados seres impregnaba la tierra de deslumbrante luz. Contemplando esta visión sublime, y caminando en la luz, estaban los denominados "muertos". Durante el intervalo que va, desde la tarde del Viernes Santo, en que el Señor fue desclavado de la cruz, hasta que hizo Su aparición en el mundo externo, en la alborada de Pascua, laboró con esos "muertos", enseñándoles y bendiciéndolos.
"Más valdría padecer por hacer el bien, si tal fuera el designio de Dios, que por hacer el mal".
¿Para qué, sino, se dio la buena nueva a los muertos?. Para que, después de haber recibido, en su carne mortal, la sentencia común a todos los hombres, viviesen, por el espíritu, con la vida de Dios" (Primera Epístola de San Pedro 3:17 y 4:6).
En su extraordinario libro Los tres años escribe Emil Boch: "Mediante el descenso de Cristo a los infiernos, le fue devuelto a la Humanidad el "más allá" como fuente de inmortalidad. El descenso a los infiernos rescató para el hombre el "más allá"; la ascensión rescató "esta orilla" para lo divino".
Cuando florecían los antiguos Misterios, siempre hubo Maestros que hablaron, a sus discípulos más avanzados, sobre la venida del Gran Ser. Éste último, a su vez, dio Sus enseñanzas a todo el que quiso escucharlas. Las circunstancias entonces eran las mismas de hoy: Pocos escuchaban y, menos aún, creían. Hoy también existen, comparativamente, pocos que crean en las Hermandades Místicas y en la realidad de la instrucción del Templo Esotérico.
A la hora de la muerte, los egos más avanzados pasan a planos espirituales más elevados. En los planos inferiores de los mundos internos se encuentran los que aún llevan lastre del polvo de la tierra, junto con los que se niegan a creer en una continuación de la vida, tras la muerte. En lenguaje esotérico, esas esferas se denominan las regiones inferiores del Mundo del Deseo. Son el Purgatorio de la iglesia católica. Y fue en esos parajes donde Cristo pasó el intervalo entre la tarde del Viernes Santo y la alborada de Pascua. Hay ahora sobre la Tierra algunos individuos que llevan grabada en su memoria la gloria de Su presencia y el milagro de Sus palabras. Esas personas privilegiadas han dedicado sus vidas a difundir Sus enseñanzas y Su misión.
La memoria es una posesión muy importante, tanto de la mente como del espíritu. Su cultivo y desarrollo ocupan un lugar importante en la labor del discipulado. Los psicólogos han dividido la mente humana en tres áreas: La consciente, la subconsciente y la supraconsciente. Las experiencias de la vida diaria se asocian con el área consciente; la memoria de las vidas pasadas, con la subconsciente. Se están llevando a cabo muchos experimentos interesantísimos en el área del subconsciente, para descubrir la memoria de pasadas encarnaciones. La memoria del futuro, que puede ser definida como conciencia cósmica, se correlaciona con la memoria supraconsciente. Difícilmente puede uno hacerse idea de los poderes obtenibles cuando la mente se haya despertado totalmente, ni de lo
que esos poderes significarán para la Humanidad.
Se ha dicho ya en esta obra que los discípulos modernos están aprendiendo a tender un puente sobre el abismo que, generalmente, existe entre la vigilia y el sueño, la vida y la muerte, la encarnación presente y las pasadas. Uno de los ejercicios más efectivos para recuperar ese recuerdo consiste en repasar, con fe y persistentemente, en orden inverso, los acontecimientos de cada día, antes de dormirse cada noche. Los sucesos, vistos así, pueden evaluarse a los efectos de fortalecer lo que es bueno y eliminar todo lo que sea de naturaleza opuesta. Por ese medio puede acelerarse enormemente el crecimiento espiritual. La continuada práctica de esta revisión nocturna acrecentará también la facultad de la memoria. Se verá estimulada y revitalizada y se hará más y más retentiva. Poco a poco, las experiencias del mundo interno aparecerán más claras, más ordenadas y más secuenciales, hasta que, al fin, será posible recordar acontecimientos del estado de sueño con la misma facilidad con la que se recuerdan los del estado de vigilia. Cuando la memoria se incremente y se unifique así, enlazará un abismo tras otro.
La memoria, trabajando a través de la mente consciente, construye un puente entre el estado de sueño y el de vigilia.
La memoria, trabajando a través de la mente subconsciente, salta el vacío entre las pasadas encarnaciones y la presente.
La memoria, trabajando a través de la mente supraconsciente, saltará, indefectiblemente, sobre el abismo de olvido que se extiende entre la vida y la muerte.
Los varios procedimientos para el desarrollo de la memoria se encuentran entre las enseñanzas dadas por Cristo durante aquel maravilloso intervalo entre Su Resurrección y Su Ascensión.
Desde el Viernes Santo hasta el amanecer de Pascua, las enseñanzas del Maestro en los planos internos se refirieron a los comienzos del Sendero. Entre la Resurrección y la Ascensión, las enseñanzas se refirieron a la consumación del trabajo en el Sendero de Luz, cuando una nueva y glorificada raza haya pasado en su vida diaria ambas experiencias, la de la Resurrección y la de la Ascensión.
Cuando el hombre haya alcanzado tal grado de desarrollo, la transición desde la vida terrena a otro mundo será una aventura gloriosa y consciente. El ego, vivo y alerta, no conocerá el miedo. Por contra, en un estado de exaltación, podrá pasar alegremente a la próxima y más larga y amplia vida. Podrá unirse a los coros de ángeles y arcángeles, de querubines y serafines, y entonar: "Oh, muerte, ¿dónde está tu aguijón?. ¿Dónde está tu victoria?".
EL SÁBADO SANTO
El acontecimiento culminante del Sábado Santo tuvo lugar a medianoche, con la observancia del profundo Rito del Bautismo. Estaba relacionado con el Grado Segundo o Rito de la Iluminación. Los que aspiraban a pasar al santuario interior de este Grado, iniciaron una rigurosa preparación, al cuidado de Maestros, al principio de la Cuaresma, y se les conocía como "los que van a ser iluminados". Determinado número de hombres y mujeres santos, destacadamente mencionados en los Evangelios, pasaron este Grado el Sábado por la noche y pudieron saludar al sol de aquel importantísimo amanecer de Pascua, como hermanos recién nacidos, del Cristo Resucitado. Entre ellos estaban las mujeres a las que Cristo se apareció aquel temprano amanecer.
El agua tiene una afinidad especial por la sustancia etérica; de ahí que, cuando el cuerpo etérico de un candidato a la Iniciación se haya sensibilizado suficientemente, mediante una vida santa y pura, la inmersión de su cuerpo físico en el agua, tienda a soltar la firme ligadura que mantiene unidos, normalmente, a los cuerpos físico y etérico. Cuando se ha llevado a cabo la separación entre ambos y se han despertado los centros del cuerpo vital o etérico, se abre la conciencia en los planos internos y el alma se enfrenta a experiencias trascendentales que dejan huella permanente durante el resto de la vida. El afrontar, indebidamente preparado, el Rito del Bautismo, supondría hallarse en una situación llena de peligro, puesto que el influjo del poder espiritual que acompaña al Bautismo, así como puede proporcionar la iluminación al debidamente preparado, acarrearía la destrucción de los vehículos indebidamente limpios y calificados.
Ciertos centros de los cuerpos invisibles del hombre son especialmente sensibles a la influencia espiritual que acompaña al Rito del Bautismo. Cuando el oficiante de esta ceremonia está suficientemente avanzado, dirigirá su mirada interior a esos centros y acondicionará el trabajo a las características del desarrollo del aspirante. La posesión por Juan el Bautista de esa facultad, fue lo que le reveló el exaltado status de Jesús y le hizo sentirse indigno de bautizar a un alma ya iluminada. Las palabras de la invocación empleada por los primeros cristianos en la ceremonia del Bautismo eran como una melodía para el ansioso y expectante devoto:
"Abre tus ojos y oídos y penetra en el dulce sabor de la vida eterna".
Aunque la iglesia ha olvidado, hace mucho, las verdades internas asociadas a las ceremonias que continúa practicando, mucho de su simbolismo permanece perfectamente, como puede rápidamente comprobar quien se familiarice con los procesos implicados en la recepción de los diversos Grados que pertenecen a los Misterios Cristianos y conducen al Monte de la Iluminación. Lo ilustra lo que sigue:
La Cuaresma culmina con el sol en Piscis, cuando los rayos de este signo de agua se derraman sobre la Tierra. Éste es el último acto de las jerarquías Zodiacales antes de producirse la liberación del fuego celeste, mediante el signo de Aries, que da lugar a nacimiento del nuevo año espiritual o Rito de la Resurrección en Pascua. Entonces tiene lugar una unión alquímica entre el Agua de Piscis y el Fuego de Aries, dando por resultado un incremento de la luz y el poder para la abundante vida. En el individuo, ello supone la mezcla, en el cuerpo de deseos, del fuego, elemento al que primariamente está unido, con el agua del cuerpo etérico, que es el elemento al que éste pertenece. Para conmemorar este hecho alquímico, que tiene lugar en la naturaleza durante la Pascua, la iglesia de hoy conserva un ritual el Sábado Santo, en el que se bendice el "nuevo fuego" mientras se le conduce, en elaborada procesión, y luego se le "mezcla" con el agua bendita que, desde entonces, se denomina, correctamente, "Agua Pascual". Ningún agua puede denominarse así, salvo la que mezcla, simbólicamente, el fuego bendito con el agua bendita.
Durante la procesión, el "elegido" que recibe las bendiciones del "nuevo fuego, canta triunfante: "Cristo es nuestra luz", y a él le responde el otro cantor:
"Que Su luz ilumine nuestros corazones". En la iglesia primitiva, la pila bautismal tenía forma de tumba, para representar la muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo, que tenía lugar al celebrarse el Rito del Bautismo.
Así de rico y verdadero es el simbolismo que la iglesia moderna ha conservado en muchos de sus ritos, aunque muy pocos de los que los observan comprenden su significado espiritual interno. Verdaderamente, la luz que la Iniciación proporcionaba en estos Misterios se ha perdido en nuestro tiempo, no sólo para las multitudes, sino para la mayor parte de los que enseñan y dirigen. Hace mucho tiempo que los sacerdotes dejaron de reclutarse entre los Iniciados, con el resultado de que, aunque persistan las antiguas y verdaderas fórmulas, el espíritu que las informaba se perdió tiempo atrás.
El texto utilizado por los aspirantes en el Sábado Santo era El Cantar de los Cantares, de Salomón, ya que describe el proceso del Matrimonio Místico. La iglesia, posteriormente, añadió el capítulo trece del Evangelio de San Juan, para el estudio contemplativo de este día santo. Se empleaba durante la ceremonia del Lavatorio de Pies al recién bautizado. Refiriéndose al Evangelio de Juan, Rudolf Steiner, que se aproximó a él con la iluminación poseída por la iglesia primitiva, declaró, como ya se ha dicho, que "no es un libro, sino una fuerza espiritual que debe ser incorporada al alma".
EL SEPULCRO VACÍO
En el Ritual del Sepulcro Vacío, Cristo, como indicador del camino a toda la Humanidad, enseñó a Sus seguidores el último y más difícil trabajo que ha de llevarse a cabo en el mundo físico. Este trabajo consiste en la transmutación de la materia en espíritu. Cuando el hombre lo haya aprendido, habrá adquirido el dominio de la enfermedad, la edad y la muerte. En la terminología esotérica, esta consecución se alcanza con la iniciación perteneciente a la Tierra, el más denso de los Cuatro Elementos. Es la última de las Cuatro Grandes Iniciaciones o Iniciaciones Mayores.
Cuando la luz de esta sublime iluminación se haya esparcido, se erigirán altares a Cristo, tanto en nuestros laboratorios físicos, como en nuestras iglesias. Habrá sido reconocido el espíritu que subyace en y tras la materia.
Con la Iniciación de la Tierra llega la liberación de la Rueda de Nacimientos y Muertes. La necesidad de reencarnar ya no existe, porque ya se han aprendido todas las lecciones de la Tierra. El espíritu del hombre es, pues, libre para continuar su desarrollo en otras elevadas esferas, o permanecer con la Humanidad para ayudarla a alcanzar el nivel que él ha alcanzado. Tales seres son los graduados de la Humanidad, los Maestros de Sabiduría y nuestros Hermanos Mayores de Compasión.
Pedro también pasó el Ritual de la Muerte Mística aquel amanecer de Pascua, antes de recibir el Grado de Maestro. Junto con María y Juan, llegó a la tumba vacía y, según el Evangelio, entró solo, quedándose fuera los otros dos. Este incidente, traducido simbólicamente, destaca el hecho de que ambos habían experimentado ya la entrada en el "sepulcro" y la salida triunfante de él. En ese momento estaban ayudando a Pedro a pasar a la exaltación gloriosa de conciencia que ellos ya poseían.
Mediante el proceso de la Iniciación, la mortalidad se viste de inmortalidad.
Ése es su único fin y ésa su única meta. Para la conciencia del iniciado, la vida y la muerte no son sino dos aspectos diferentes del progresivo desarrollo del espíritu.
Sabiéndolo así, el ceremonial de los entierros, entre los primeros cristianos, era un rito glorioso. La vida era su tema. Se colocaban en el ataúd hojas de yedra y de laurel, y un texto completo de los Evangelios, sobre el corazón. Los que esperaban, eran portadores de ramas de olivo y de palmas, y la procesión hasta la tumba se caracterizaba, no por el duelo y las lamentaciones, sino por el sonido de alegres hosannas. De acuerdo con ese sentimiento, era el vestuario, no oscuro como la tumba, sino brillante como la luz que saluda al alma, tras su nacimiento en los planos espirituales. Las tumbas de los primeros cristianos tenían forma de cruz, como reconocimiento del hecho de que el cuerpo de mortalidad que se abandona es la cruz de la materia, de que el alma queda liberada con la muerte y es el cuerpo del que el espíritu se libera cuando alcanza la luz de la Iniciación.
Durante el intervalo entre la Crucifixión y la Resurrección (desde la tarde del viernes hasta la mañana del domingo), el espíritu de Cristo trabajó en el interior del Planeta Tierra, como se ha dicho antes. "Descendió a los infiernos". Tal es la frase del Credo, para significar Su entrada en la Región Astral Inferior o Región del Deseo" de nuestra Tierra, a la que fue a llevar Su Evangelio a las almas desencarnadas y aún en el plano de las tinieblas. Cristo, por tanto, vino a ayudar, no sólo a la Humanidad encarnada, sino también a sus miembros desencarnados. Su misión se extendió aún más, a la redención de los caídos Espíritus Luciferes, cuyo plano de actividad es el Mundo del Deseo, y hasta de los demás reinos de seres vivientes sobre la Tierra, que han experimentado retraso en su evolución, como consecuencia de la "caída del Hombre", su hermano mayor. Tal es el aspecto omniincluyente de Su trabajo redentor.
A primeras horas de la mañana de la primera Pascua, varias mujeres llegaron al sepulcro vacío, además de la bendita madre María y de María Magdalena. Eran: La hermana de la madre de la Virgen; la también María, madre de Judas (Tadeo) y Santiago (el Menor); Salomé y Juana, esposa del mayordomo de Herodes, Chuza.
Todas las mujeres estaban allí, preparándose para entrar en la Muerte Mística y experimentar la iluminación que sigue al Rito de la Resurrección. Los dos ángeles que vieron en el sepulcro vacío representan el purificado cuerpo de deseos y el luminoso cuerpo etérico del candidato que está preparado. Que, incluso, más elevada consecución esperaba a estas mujeres, se deduce de las palabras que el Maestro les dirigió, ordenándoles: "Id a Galilea y allí me reuniré con vosotras". Según el Zohar, "la resurrección completa comenzará en Galilea. La resurrección de los cuerpos - continúa afirmando - será como el abrirse de las flores. No habrá ya necesidad de comer o beber, porque seremos alimentados por la gloria del Shekinah".
Los esenios, que tan reverentemente preservaron los conocimientos de los Misterios Pascuales, continuaron entonando oraciones e himnos de alabanza durante la noche del Sábado Santo y el Amanecer de Pascua, a lo largo de los años en que su grupo fue activo.
EL MISTERIO DE LOS CRISTOS
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