jueves, 30 de septiembre de 2010

LAS CUATRO EDADES - PARTE III


PARTE III
LAS CUATRO EDADES
En el principio, dicen los griegos, el mundo era un lugar de amor, belleza y felicidad. Sus habitantes vivían una vida de gozo y disfrute en un país de eterna primavera, enriquecido por la espléndida presencia de los dioses. Es la llamada Edad de Oro y corresponde a la descripción bíblica del Jardín del Edén. La Edad de Oro fue seguida por la Edad de Plata, que trajo un cambio de estaciones y "las alas del viento se vieron ralentizadas por el hielo y la nieve". Esto simboliza la Caída del hombre en la "cubierta de piel", o sea, en el cuerpo físico, y que trajo consigo la sentencia de Jehová: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente".

La Edad de Plata fue seguida por la Edad de Bronce, que Ovidio, en sus Metamorfosis, describe como "un vástago guerrero, pronto a la rabia sanguinaria". Esta condición de la Humanidad está simbolizada en la Biblia por Nemrod y por la historia de la Torre de Babel.

Más tarde llegó la Edad de Hierro en la que, según Ovidio, se levantaron linderos "limitando los derechos de cada uno". Y, no satisfecho con los frutos de la tierra, el hombre excavó ansiosamente el suelo en busca del mineral que, sabiamente, los dioses habían escondido cerca del Tártaro". Aquí vemos al hombre cayendo completamente bajo el dominio de los Espíritus Luciferes. Los hijos de los dioses se casaron con las hijas de los hombres y la magia negra, en sus varias formas, floreció en la tierra.

La Edad de Hierro de la Mitología cubre las Épocas conocidas por los ocultistas como Lemúrica, Atlante y la parte de la Época Aria que precedió al la venida de Cristo y, especialmente en la Mitología griega, la parte de la Época Aria en la cual el equinoccio de primavera cayó en la constelación de Aries. El rebelde pueblo de le Edad de Hierro fue destruido por Júpiter mediante el Diluvio, y fue creada una nueva raza en su lugar. Esto, por supuesto, sigue el hilo de nuestra historia bíblica sobre el Diluvio. Y en Deucalión, el descendiente de Prometeo, y Pirra, la única superviviente de la línea de Pandora, el único hombre y la única mujer que quedaron sobre la tierra tras retirarse las aguas, reconocemos claramente a Noé y su mujer, esotéricamente, los pioneros de la nueva Quinta Raza Raíz, ya que Noé y su mujer son sólo figuras genéricas.

La influencia dominante durante la Edad de Hierro fue luciférica, que se corresponde astrológicamente con el planeta Marte y las constelaciones de Aries y Escorpión. Éste último signo, durante un dilatado período, incluía en Grecia también a la constelación de Libra, a la que se denominaba las pinzas
del Escorpión. Se la identificaba, junto con Virgo, con el nombre de "las balanzas de la Virgen".

El hierro es el metal de Marte y el diamante, identificado en la mitología con Adamante, era una piedra marciana, debido a su dureza y duración, del mismo modo que el término "piedra shamir" significó en Palestina Diamante o Adamante, aunque originariamente se refería al rubí que, en la astrología hebrea se asignaba a la regencia de Marte-Aries. En la antigua Grecia, sin embargo, el amatista fue primero la piedra de Marte y su flor sagrada, la violeta, atributos ambos que nos da la impresión de que hoy en día que significaciones marcianas. Vemos una reminiscencia de esta antigua creencia en la asociación del color púrpura con la muerte y el sufrimiento cuando, en Cuaresma, simboliza la Pasión del Salvador, el Cordero de Dios, sacrificado desde el principio del mundo (el sol es crucificado, al cruzar el equinoccio en Aries). Esa es la razón de que la cruz latina, adornada con amatistas, simbolice al Maestro Jesús.

Plutón, el dios de la muerte y del submundo, el Purgatorio, es conocido también como el Adamante del Hades y equivale al Lucifer de la angelología cristiana, que trajo la muerte al mundo.

resulta difícil para al hombre moderno comprobar cuán profundamente los antiguos sentían la influencia de las estrellas sobre su existencia subjetiva. En toda Grecia se construyeron muchísimos grandes templos en honor de los dioses y diosas y siempre se les orientaba hacia la salida de ciertas estrellas o, principalmente, hacia el equinoccio de primavera. También, en Palestina, el Templo de Salomón fue un templo equinoccial, y en él se celebraban los grandes festejos de la Pascua hebrea y de la Expiación, aproximada y respectivamente, coincidiendo con los equinoccios de primavera y de otoño. Estas celebraciones hebreas eran austeras, pero para sus equivalentes Griegas se urdieron simpáticas leyendas sobre las constelaciones celestes de modo que su estudio por el neófito moderno, requiere de éste ciertos conocimientos de astronomía.

Se dio a los planetas, a sol y a la luna nombres de dioses y diosas. Los griegos decían, con su forma poética de expresar las cosas, que cada estrella emitía una nota musical: un tono grave para los cuerpos de movimiento lento y una nota aguda para los más rápidos. Estos tonos se mezclaban con la música de miríadas de estrellas dando lugar a una vasta armonía, la música de las esferas, descrita en nuestra propia Biblia en la frase "las estrellas de la mañana cantaban al unísono". Pero este cántico celestial lo disfrutaban sólo los dioses. Ningún mortal podía escucharlo.

El maravilloso color viviente de los mundos espirituales o internos de la conciencia, que brota de los seres que los habitan, con brillo parecido al de las piedras preciosas, es inseparable de la música de las esferas. En el arte sagrado griego se representaba a los dioses con los halos de color correspondientes a su afinidad astrológica o a las cualidades que personificaba. Por eso el halo de Júpiter era de rico azul, pues él era "nuestro Padre en los cielos". Apolo estaba rodeado de un halo dorado como el Sol viviente. Circe representaba una diosa solar, ya que era, como se ha dicho,
una hermana del sol y los romanos la representaban emitiendo rayos marrones.
"Todos los hombres se maravillaban cuando la miraban, pues de su cabeza brotaban bucles de cabello como tintineantes rayos de sol y su rostro brillaba, resplandecía con ráfagas de fuego llameante".

Ella era, sin embargo, una adoradora de Selene, la diosa lunar, que presidía la brujería y en este aspecto se la suele conocer. A Selene se la representa, en Nápoles, en un ánfora, con un nimbo rojo marrón y amarillo. Estos colores son característicos de los bajos impulsos de los planos inferiores de la conciencia, significando el amarillo el desarrollo mental suficiente para hacer posible la brujería. Desde el punto de vista físico es simplemente una descripción de la luna tal como se ve en distintas circunstancias.

Los paganos romanos utilizaban el halo como una muestra de la dignidad de los dioses y emperadores. Los artistas, entre los primeros cristianos, continuaron esa tradición y hacia el siglo cuarto el nimbo había sido aceptado universalmente como símbolo de santidad o divinidad. En representaciones de Cristo hemos visto un halo en forma de cruz. Pero en el arte primitiva de la época que precedió al siglo cuarto, el halo representaba cualidades anímicas, como desde el punto de vista oculto, sabemos que ocurre. A Judas, por ejemplo, se le representaba con un nimbo negro.

Los ocultistas saben que la aureola, así como el halo o nimbo, describen una realidad interna del alma del mundo. Esto se considera arte pagana, pero en el período clásico, las energías emanadas por el aura se representaban por alas, como ocurría con los ángeles y otros seres sobrehumanos. A Eros, el equivalente griego del Cristo Niño, el "niño eterno", se le representaba con grandes alas blancas, como una paloma o un cisne. Lo mismo ocurría con Apolo y Diana, cuyas alas eran de cisne, con el Santo Grial y con el Caballero (guerrero) de Dios, ya que el cisne es un poderoso luchador.

Todas estas correlaciones coinciden con la sabiduría esotérica y nos aclara el significado de las palabras del Nuevo Testamento en el que se dice que "El Espíritu descendió como una paloma" sobre el Maestro Jesús en el momento de Su bautismo.

Los esencial de la adoración de Zeus pertenece a la Era de Tauro. La constelación de Tauro se representa por un toro blanco. En todas las religiones del mundo antiguo existen muchas leyendas y mitos sobre ese celestial toro. En Grecia simbolizaba al Zeus tonante o bramante y ese título no deja de utilizarse también, en varios aspectos, en algunas descripciones de Jehová del Antiguo Testamento.

Los gnósticos identificaron a Jehová con Zeus, bajo el apelativo de Sabaot (Señor de las huestes estelares) y Iao fue el equivalente del Tetragramaton JHVH o IHVH. Macrobio escribió:

"Los que conocen los misterios deberían ocultar lo mismo, pero si tus sentidos son pequeños y débil tu ingenio, considera a Iao como el más grande de los dioses. En invierno, Hades, Zeus cuando empieza la primavera, Helios en verano, en otoño el suave Iao".

El sol otoñal o Iao (el equinoccio de otoño) se identifica, por tanto con Diónisos, que es el Adonis griego, el Adonai de los hebreos. Una vez al año, en la fiesta de la Expiación, el sumo sacerdote hebreo penetraba en el Sancta Sanctorun para ofrecer el sacrificio por su pueblo. En la era de Tauro, cuando el equinoccio de primavera caía en Tauro, el equinoccio de otoño y la Fiesta de la Expiación caían en Libra, el sigo del Día del Juicio. Esta constelación, en aquel tiempo se identificaba a veces con Virgo, como la "balanza de la Virgen", o con la constelación de Escorpio, como "las pinzas del Escorpión". En la leyenda de Perséfone, que corresponde a la historia del Jardín del Edén del Génesis, leemos que, cuando Perséfone fue raptada por Hades, el sol estaba en Leo (el final de la estación de primavera). Helios, el sol del pleno verano de Macrobio en el verso antes citado, dirigió su búsqueda por Deméter.

Hermes fue entonces enviado por Zeus como mensajero de la primavera y encuentra a Perséfone mediado el invierno, en la morada del Hades, el sol del invierno, y la conduce al mundo superior de nuevo. Pues Mercurio, el planeta, jamás está lejos del sol y por eso cada año, en primavera, está más cerca que nadie de la Nueva Vida del año.

Las Pléyades fueron importantes para los antiguos. No sólo los griegos, sino también los hebreos tuvieron varias leyendas sobre esta grupo de estrellas. Estas estrellas, conocidas popularmente como "las Siete Hermanas", son un cúmulo en la crin de Tauro. En la mitología griega figuran en la historia del cazador Orión. Un día, mientras cazaba, Orión, que era un poderoso gigante, vio de repente a siete figuras, como ninfas, danzando bajo unos árboles. Las observó desde cerca con delectación hasta que, al mirar en su dirección, lo descubrieron. Llenas de miedo, aterrorizadas por su enorme tamaño. huyeron. Durante cinco largos años corrieron con Orión persiguiéndolas hasta que, cansadas y temerosas, pidieron ayuda a los dioses. Orión, para su asombro, las vio desvanecerse como siete tintineantes palomas, volando hacia el luminoso sol. Aquella noche, Diana, conduciendo su carroza lunar, al pasar por el Olimpo, llamó la atención de Júpiter sobre las doncellas.

Entonces Él transformó las palomas en estrellas y las colocó en la constelación de Tauro, donde están protegidas por los grandes y dorados cuernos del toro.

Orión, y nótese esto, era de la raza de los gigantes. Astronómicamente, su constelación no es sólo una de las más grandes que se pueden ver en el cielo, sino una de las más vívidas e impresionantes. Él fue el mayor cazador del mundo, rebuscando por doquier y liberando a la Tierra de bestias salvajes, vestido tan sólo con una mágica piel de león que le protegía de cualquier daño (el león es el símbolo de Leo y el significado de Leo es Amor). Su muerte fue finalmente producida por la picadura de una serpiente venenosa que, a mandato de Juno, surgió de la tierra para atacarle por su incomparable engreimiento. La soberbia fue el pecado que provocó la caída desde el cielo de la brillante y mañanera estrella de la leyenda hebrea.. Y es la prueba más sutil que ha de vencer el aspirante a la Iniciación hoy en día y, además, una característica prominente en los nativos de Leo. Cuando Orión fue situado en la constelación que conocemos y amamos, se le permitió llevar consigo su

mágica piel de león, que cuelga sobre su brazo. Su espada se balancea en su cinturón y él levanta su gran cachiporra sobre su cabeza. Longfellow canta de él:

"Formado por muchas estrellas brillantes, se levanta el gran gigante Algebar, Orión, el cazador de alimañas".

Tauro parece estar siempre amenazándolo con sus cuernos dorados y Orión, el poderoso cazador, se defiende y parece obligar al Toro a retirarse ante los amagos de su resplandeciente porra y de tal guisa cruzan ambos el cielo. La primera visión de Orión y Tauro se obtiene en el este, cerca de la medianoche desde avanzado octubre y durante noviembre y diciembre. Su batalla

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del libro LA MITOLOGÍA Y LA BIBLIA por Corinne Heline

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