jueves, 30 de septiembre de 2010

LAS DIOSAS DEMÉTER Y PERSÉFONE


LAS DIOSAS
DEMÉTER Y PERSÉFONE


En la constelación de Virgo se encuentra la hermosamente brillante y plateada estrella Spica, llamada "la joya de la Virgen". Los antiguos veneraban esta constelación, con su luminosa estrella cerniéndose sobre ellos como una bendición.

Según la leyenda griega, Virgo, la Virgen, fue una vez Astrea, diosa de la pureza y de la justicia, que vivió en la tierra entre los hombres durante la Edad de Oro, en la que sólo se conocían la armonía y la felicidad. Durante la Edad de Plata aún prevaleció la alegría y los dioses se quedaron, aunque el hombre era menos perfecto y el mundo menos tranquilo.

Cuando llegó la Edad de Bronce, el hombre se había hecho malo y no había lugar para Astrea y ella, con dolor, abandonó la Tierra y voló al cielo, donde Júpiter la transformó en esa hermosa constelación que guarda el horizonte oriental la Noche Santa, cuando el puro y santo Jesús, retorna para preparar otra vida terrenal para Su suprema misión.

La hermosa madona del cielo anuncia aún la Noche Santa, señalando el sacrificio anual del gran Espíritu de Cristo que, en esos momentos, cada año, se da a Sí mismo por la Humanidad. En los tiempos antiguos, la hermosa estrella blanca Spica simbolizaba la especial encarnación de la pureza y la divinidad de Astrea, brillando con tal blancura que toda la constelación era conocida como Virgo, la Virgen. Nosotros vemos a esta diosa con alas, con una palma en una mano y una espiga de trigo sagrado en la otra. Para los cristianos, su emblema es el Lirio Pascual, porque la apariencia de la constelación es semejante a la corola de un lirio, cuando aparece en el horizonte oriental.

Astrea es la Virgen Celestial. La Virgen Madre Terrenal es Ceres o Deméter, y Virgo se identifica con ella y también con la egipcia Isis. Los Sabios comprendieron que la suprema madre de cada religión, la Madona o Virgen Madre del Salvador del Mundo - Isis, Istar, Ceres, Mirra, María - fue instalada en los Misterios de la Virgen o Ritos de la Madona, bajo la jerarquía de Virgo. La Ascensión de María demuestra esta consecución por ella. Las iniciadas de los Grandes Misterios de Eleusis, consagradas totalmente a Ceres, aprendían esta verdad. Aquí el misterio del Eterno Femenino, el principal tema de la iniciación, era revelado en toda su trascendental sublimidad, y la Madona vidente era elevada por sobre la Humanidad: La María de la religión cristiana se hizo una con los ángeles. El templo dedicado a Ceres, diosa de las cosechas, estaba en la ciudad sagrada de Eleusis. Allí, todos los que eran dignos iban a rendirle homenaje.

La leyenda dice que un día, mientras Ceres estaba vigilando las cosechas, Perséfone, su querida hermana, desapareció. Ovidio relata esta hermosa historia en sus Metamorfosis:

"Mientras, como una niña, con rapidez y cuidado, cogía lirios aquí y violetas allí, afanándose por llenar con ellas su regazo, el desagradable monarca del Abismo de las Sombras llegó, vio caminando sobre el verde florido a la hermosa doncella y la amó en el acto. Rápido como el pensamiento, agarró a su bella presa y se la llevó en su sombrío carro."

Ceres, frenética de dolor, buscó durante nueve días y nueve noches, en la tierra y en el mar, a su querida hermana. Los antiguos poetas nos informan que ni la Aurora, el espíritu del Amanecer, ni Heperus, la estrella del atardecer, la vieron tomarse ningún descanso. Por simpatía, a causa de su dolor, la Tierra dejó de sostener: Las hojas se marchitaron, las flores cayeron y los frutos dejaron de madurar. Júpiter, temiendo por el futuro del hombre, envió a Mercurio para suplicarle la devolución de Perséfone. Los Hados dijeron que, si había comido granada, el fruto de la muerte, debería permanecer para siempre en el submundo.

Ella había comido ciertamente el fruto, pero sólo en parte y Júpiter, por el dolor de Ceres, pudo persuadir a Plutón para que permitiese volver a Perséfone y permanecer seis meses cada año con su hermana. Como muestra de alegría por su regreso, la Tierra se cubre con su más hermosa vestimenta. De este modo tan sencillo y poético explicaron los griegos la belleza del cambio de estaciones del invierno a la primavera.

Los ocultistas encuentran aquí las historia de la expulsión del hombre del santo Jardín del Edén y su caída en la materialidad o "vestido de piel". En el relato griego, la granada toma el lugar de la manzana. El retorno de la Tierra iluminada por el sol, al aire puro, simboliza la luz de la inmortalidad, que nunca se extingue en el espíritu humano. La flor que Hades hizo crecer al borde del abismo conducente a su reino y que le daba acceso al mundo superior, ha sido identificado por algunos poetas antiguos con el mítico Narciso, que tiene la fragancia de cien flores. El Narciso muere con el apogeo de la Pascua.

Perséfone es el delicado y amable aspecto femenino de la primavera, la tierna vida de las primeras flores y las primeras y pálidas hojas de los árboles. Los fuegos vitales en primavera son especialmente puros y delicados, suaves y luminosos y en el Narciso, el tallo, semejante a una espada, que sale del bulbo, es de un rosa plateado, más oscuro a medida que madura, a lo cual sigue luego el debilitamiento de los fuegos, que abandonan las puntas de las antes verdes hojas, ya marrones y secas, cuando la vida regresa una vez más a su morada subterránea.

La historia de Perséfone es distinta de la historia de la Biblia en que a Perséfone se la presenta como inocente de todo mal. La flor del Narciso ejerció sobre sus sentidos una fascinación más fuerte que su precaución y la atrajo hasta el borde de la sima que conducía al abismo. Pero, como incluso tras su descenso al Hades, no había comido la granada (el granado era el único árbol que crecía en aquel oscuro jardín), y fue el mismo Hades quien la persuadió para que la comiera en su camino de regreso para visitar a Deméter en las regiones superiores, pudo aún conseguir la libertad. En ello vemos luz en cuanto a la tentación de la Eva de la Biblia: Fue el descenso de los sentidos lo que condujo a Perséfone a encontrarse con el Señor de la Muerte. No existe, como en el Génesis, desobediencia, sino un amor inocente por los placeres de los sentidos, pues toda sensación pertenece y está en los éteres. Sin el doble etérico el hombre sería incapaz de experimentar ninguna sensación. Además, dado que el cuerpo físico actúa sobre las corrientes sensitivas etéricas como un guante sobre la mano, la sensación física es mucho más débil que la sensación etérica experimentada en la región del mismo nombre.

La sensación, por sí misma, es inocente, ya que es una parte de la naturaleza creada por los dioses, pero el Ego sí que es responsable de su reacción a la sensación y del uso que haga del poder y el conocimiento adquiridos por su medio. Cuando las líneas de la fuerza magnética fluyen hacia abajo desde el Ego, la personalidad se precipita en el mundo de bajas vibraciones conocido como materialidad, en el cual estamos sujetos al tiempo y a la enfermedad. Comparados con los mundos espirituales, nuestro mundo es oscuro y triste.

Nosotros vemos "sólo en parte, como a través de un cristal oscuro".

Ceres o Deméter, es el símbolo de la pureza y la regeneración, a través de la que encontramos el camino de regreso al País de la Vida Eterna. Es la Virgen de la Inmaculada Concepción, el ideal para toda la humanidad. El sendero de la Iniciación es la senda de su consumación y la Noche Santa, el momento más propicio para su realización.

* * *

del libro LA MITOLOGÍA Y LA BIBLIA por Corinne Heline

No hay comentarios:

Publicar un comentario